Vida y Destino

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“La aspiración innata del hombre a la libertad es invencible; puede ser aplastada pero no aniquilada”.
Vasili Grossman

Oscar Durán

Tenía 31 abriles. Ahora tengo 34. Estaba flaco, demacrado. Recién graduado de periodismo y escribiendo porquerías en el lugar donde más porquerías he leído. Era menos sensato, con fantásticas proyecciones y una vida de muerte.
Vivía en un triste pueblo, pagaba 700 pesos de arriendo y cobraba 445 por escribir propaganda partidista. Estaba secuestrado y, por más bravucón que me hacía, era un don nadie. Un tipo X, con un apellido Y, dentro de un país de M.
No es fácil acostumbrarse a vivir sin libertad. Lo que resulta sorprendente es ver que quienes carecen de todo y sufren de todo, están dispuestos a defender tanta miseria humana. Yo me cansé de todo eso.
Quizás la manera en que me cansé no fue la más viable. Pero no interesa, fue mi manera y punto. Agarré mi celular, mi cartera con 200 pesos, un short, una camiseta y, ¿a que no imaginan?: hablé con unos amigos peloteros para armar una salida ilegal por el oriente de la isla. La vida me ha demostrado que si quiero tener éxito, debo hacer una revolución para corregir la revolución fallida que llevaba durante 31 años. Y navegar, fue la manera que busqué.
Quizás había otros caminos que debí tomar y nos los tomé, o los tomé a medias, porque un hombre es siempre más que un hombre y menos que un hombre. Más que un hombre porque encierra eso que el jazz alude y soslaya y hasta anticipa; y menos que un hombre porque de la libertad he hecho un juego estético o moral, un tablero de ajedrez donde me reservo ser alfil o caballo.
Tanto es así que la salida nunca  tuvo salida. Me cogieron, graciosamente, a 693 kilómetros de distancia sobre el mar. Íbamos 12 personas en un Furgón camino a Holguín, desde Managua, un pueblo donde nunca ocurre nada. ¿Que cómo nos cogieron? No tuvo ciencia; nos bloquearon la carretera dos patrullas y empezaron a pedir carnet de identidad y celular.
De momento empezaron a llegar como 14 ‘avispas negras’ de un metro noventa de altura, 12 policías y 27  civiles. No sé por qué tanta gente para 12 infelices almas, pero bueno… Bajamos uno por uno. Aquellos tipos empezaron a abrazarse y a gritar «los cogimos», como si eso hubiese sido la captura de Fidel Urbina o la de Glen Stewart Godwin (Y si no saben quiénes son esos, busquen, porque todo no se lo puedo dar masticadito).
Nos llevaron para un calabozo a «aclarar los hechos» del Caso Periodista con Peloteros. Un calabozo es un lugar donde la desgracia es común. Delincuentes a tu izquierda, delincuentes a tu derecha; revendedores de yogurt de soya al frente, vendedores de dólares atrás; oficiales que con su mirada te dicen cada tres minutos: “te jodiste, chama, aquí te pudres en esta miseria”.
En lo que iba de año, probablemente 20 periodistas habían sido asesinados en diferentes partes del mundo. Alrededor de 200 estaban en prisión y uno de ellos por intento de salida ilegal. Ese era yo.
Llegó el momento del interrogatorio. Dos hombres vestidos de verde me dirigieron hacia una oficina en un segundo piso. Al llegar, me topo a un tipo joven con setenta y cuatro mil mosquitos sobre su cabeza, rubio de ojos verdes, flaco, vestido con un pullover azul y con un letrero a la altura de su tetilla izquierda que decía “Por un Socialismo Próspero y Sustentable”. En las paredes colgaban dos cuadros; uno de Raúl Castro y otro de Camilo Cienfuegos. El de Camilo con una sonrisa de oreja a oreja, como si estuviera burlándose de mí.
-Mira que este mundo da vueltas. He seguido tu columna de todos los martes, tenía por ti un respeto enorme y mira con la mierda que sales, muchacho. De más está decirte que no harás más periodismo en toda tu vida -me dijo aquel hombre, mientras yo permanecía callado.
Por unos segundos, miró al piso cómo pensado lo que me iba a decir, e intentando ser lo más brusco posible y al final soltó:
-¿Qué carajo tú hacías con esos tipos en una salida ilegal? ¿Qué necesidad tienes tú de eso, chico?”, continuó, y yo callado.
Sacó una hoja y empezó a anotar sabe Dios qué. No me miraba, hasta que tiró el lapicero sobre la hoja, me miró y alardeó:

-Yo sé que tú has sido una víctima de esto, te voy a soltar, pero me cuentas todo -ordenó.
-Mire, oficial, yo estaba entrevistando a un funcionario de Cultura para que me diera detalles del concierto del próximo sábado de Yomil y el Dany. Terminé la entrevista y pedí botella para que me dejaran cerca de la casa . Ellos iban para El Cobre, a hacerle una promesa a la Virgen de la Caridad. Es todo lo que sé. Es más, ¿por qué estoy aquí?”-riposté.

-¿Tú piensas que yo soy retrasa´o mental? Te vas a sembrar aquí en el calabozo a base de chícharo con picadillo. Habla, que te conviene -exclamó furioso.
Volví a callarme.
-Ramírez, lléveselo, no quiere hablar. Ponlo en la celda que tú sabes -dijo.
Me bajaron y, camino a la celda, se acercó un teniente a decir que al periodista lo suelten y que se mantenga en el pueblo a la vista, que será llamado nuevamente. Y cuando a un prisionero le dicen que está en libertad, es como si le dijeran que se ha ganado la lotería con el Chao Jefe de por Vida. Fueron ocho horas intensas en una celda mugrienta, las peores de mi vida.
Todo el pueblo sabía el chisme del periodista y los peloteros. «El periodista les dio camino», «el periodista fue el Judas», «el periodista es chiva». Eso, por una parte. Y por la otra: «El periodista es un contrarrevolucionario, un esbirro sin escrúpulos». El director del periódico, furioso, ordenó un acto de repudio inmediatamente. Pusieron a los «intachables» compañeros del núcleo del Partido, de la Juventud y del Sindicato a decir esta consigna: «Oscar es un traidor, destruyó la confianza que le dio el Partido y la revolución». Cada cual debió pararse a decir la misma ridiculez, hasta llegar al último. Todo fue recogido en un acta. Dicen que fue el director quien más se encolerizó contra mí, y dicen también que aquel odio visceral se le veía en la cara.

Salí deportado hacia Moa, mi tierra natal. ¿Cómo pueden botar a una persona dentro de su propio país? Cuba fue una señora egoísta y mala conmigo. A Cuba, yo nunca le gusté, por eso no se conformó con devolverme a mi pueblo, me sacó de su falda; me mandó bien lejos. A Paraguay. Un país que me está dando cosas que me debió dar Cuba.

En 2022, tres años después de mi bochornosa salida del periódico, estoy en Varadero de vacaciones con mi esposa y un amigo. Suena el móvil. Un mensaje. Es el director del periódico. Quiere que lo invite al hotel. Está loco por verme.
Tres años después, la vida cambia. A veces, de una manera muy cruel.

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