EL PAÍS DONDE NO HAY
Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Nada hay en Cuba. Piensas en algo y no hay. Incluso, puedes pensar hasta en esas cosas que suelen abundar en la naturaleza, como el agua. Pues bien, en Cuba no hay agua. En muchas ciudades y pueblos las personas sufren por la escasez de agua y algunas tienen que pagar a un tractorista o a un camionero, que cobra a precio de usura, para tener un poco del referido líquido en un tanque o una cisterna. Pero no es solo agua.
Tampoco hay corriente. Alguien promete con antelación que en los meses de verano no habrá apagones, porque todo está garantizado, y de pronto se aparecen las dudosas roturas en las termoeléctricas, con tan mala suerte que ocurren una tras otra, como si a esas plantas generadoras también las sorprendiera algún virus, como el dengue o el oropouche, que están haciendo estragos en muchos lugares y tienen a las familias alarmadas, porque son las familias, al parecer, las únicas que se alarman.
No hay alimentos. La libreta de racionamiento -que no de abastecimiento- ya la pueden botar, porque ni para eso hay. Por suerte, los cubanos nos vamos adaptando poco a poco, y de tanto adaptarnos, un día vamos a aprender a vivir sin comer, y entonces pareceríamos zombies entretenidos en la vidriera de un cine que hace años no abre sus puertas, tal vez porque no tiene butacas, o no tiene público, por solo citar un sitio.
No hay leche para los niños. Hace mucho no se puede comprar leche en las bodegas. Los padres que trabajan, no tienen leche para sus pequeños de dos o tres años. Debe haber una justificación: tal vez una sequía intensa en Suiza, o incendios en Nueva Zelanda, y no han podido importar la leche. Porque si pasó con los ríos congelados de Canadá o la escasez de agua en el Canal de Panamá para impedir el arribo de chícharo o cereales, pudo pasar algo similar en Suiza, Nueva Zelanda o que se yo de dónde importan la leche en polvo. Porque las vacas cubanas, las que dan leche, ya no lo hacen más, porque viven con el estrés constante de cumplir planes o el miedo a que se las puedan robar y luego sacrificarlas para venderlas en el mercado negro. Imagino que por eso no haya leche.
Tampoco hay azúcar. El país que llamaban la azucarera del mundo, ya no cuenta con ese producto. Los centrales desaparecieron, junto con ellos las líneas de ferrocarril, los cañaverales y los pocos ingenios que sobreviven son la mata de la ineficiencia, y no pueden producir la cantidad de azúcar que reclama un pueblo adaptado desde siempre a las cosas dulces… como es lógico. Por no haber, no hay ni para el café, el que tiene café.
Tampoco hay sal. No importa que estemos rodeados de mar. No tiene que ver la buena sal con el mar. De hecho, entre las mejores sales del mundo, que venden en mercados de cualquier parte, está del del Himalaya. Pero si el Himalaya estuviera en Palmarejo o en Sancti Spíritus, tampoco tendríamos sal. Algo habría pasado para que no pudiéramos explotar los yacimientos: o se rompen los equipos o el gobierno publica un bando que lo prohibiría, porque no hay gobierno en el mundo al que le gusten más las restricciones que al cubano.
No hay carne de cerdo. Bueno, ni de pollo, ni de res, ni pescado, aunque lo del pescado es entendible, porque una ministra explicó que los mares que nos rodean están sin peces, y la palabra de un ministro, al menos en Cuba, es sagrada e incuestionable.
Eso sí, la carne que venden en los mercados es más cara que la comida de los cosmonautas de la Estación Espacial Internacional. Ayer, en un mercado de esta capital, el kilo de carne de res estaba a 16.85 MLC. Si ese monto lo multiplico por 300, me da cinco mil pesos, que es más que el salario de un profesional de la Educación, por ejemplo, y un poco menos que el valor de un añojo. Vaya, que con dos o tres kilos le pagan el torete al campesino y todo lo demás es ganancia neta. Para que no me vaya a decir nadie que quienes gobiernan no sacan sus cuentas. ¡Son unos monstruos!
No hay transporte. Lo del transporte está en su peor momento desde que el primer vehículo de combustión rodó por una carretera cubana, de las que ya quedan muy pocas y las que sobreviven están en mal estado. Y cuando escucho que el transporte está al cuarenta o al cincuenta por ciento, me pregunto que cuál es la referencia. Aunque luego pienso que debe ser el mes anterior. Y cuando me refiero al transporte, incluyo hasta ese de mover los cadáveres de las casas a las funerarias y de allí a los cementerios.
A la larga lista de cosas que no hay, puedo agregar el café, los combustibles, los maestros, medicamentos, ropas para niños a un precio normal y no a los multiplicados por cuatro o cinco que imponen los que se dedican a sobrevivir importando cuatro maletas en un vuelo desde Haití, México, Rusia o la Conchinchina.
Tampoco hay planes para salir de la crisis. Los gobernantes aparecen para hablar de continuidad, para pedir a la gente que ahorre, para regañar o recriminar, y hasta para exhortar a la población a ir al campo a producir, pero no veo ninguna estrategia, ni a corto ni a largo plazo, que vaya a poner a producir los campos cubanos. Jamás ha dicho el presidente, el primer ministro, o el ministro de la Agricultura, que van a comprar 10 mil tractores para que la gente vaya a producir tomate, yuca o malanga. Mientras, crecen los hoteles, que permanecen medio vacíos y sin mucho interés de los turistas del mundo por ir a ocuparlos, porque no es la la isla donde no hay nada un lugar apetecible.