Por Kathy Eisenring ()
Basilea.- A veces trato de comprender la razón por las que algunas personas se aferran a eso que llaman «revolución“.
Algo así como «me va mal pero lucho por la revolución y por eso soy moralmente superior. Nadie entiende pero eso es dignidad, algo realmente raro y precioso. O sea, sacrifico mi bienestar por ese proyecto que es mi motivación. No importa lo que suceda, no importa si vivo como un ente desahuciado“.
Pero si se piensa bien, todo es el resultado de un ego desmedido. El ego incluso por encima de la supervivencia. El ego que incluso niega las evidencias de un fracaso rotundo. El ego rencoroso y beligerante, enfermo. Es un monstruo estúpido e inconsciente.
Nada en este hermoso y también miserable mundo puede sustituir el deseo profundo de armonía y felicidad por las vías que sea, de preferencia mediante alguna forma de amor.
El ser humano busca febrilmente ese estado de paz con ciertas garantías. El comunismo es una patología del ego herido, una disposición para envenenar de odio y sacrificio estéril la cortísima vida que tenemos.
