Por Manuel García Verdecia
Holguín.- Ante los recientes reclamos pacíficos y justos de cubanos por las crecientes privaciones, he visto algunos cuadros políticos que han salido a exigirles gratitud por lo que la revolución ha hecho por ellos. No sé cuál es el nivel cultural o intelectual de esos cuadros, pero pienso que deben considerar que una revolución se hace precisamente para beneficio del pueblo, pues de otro modo no se justificaría.
La revolución es un proceso hacia un estado superior de vida, no es un fin en sí misma. No puede haber valor por encima de la vida y todo cuanto se hace debe ser para facilitar su desarrollo. Por tanto, constituye un derecho reclamar de forma pacífica cuando las dificultades entorpecen esa existencia.
La política debe servir a la vida y no viceversa. La propia palabra surge en la antigua Grecia cuando los ciudadanos se reunían para debatir y resolver los asuntos de la polis, el pueblo, de donde deriva el término política.
Por tanto, esta se justifica en tanto beneficia la existencia del mejor modo. De no ser así, es la política, no las aspiraciones de vida la que debe cambiar. Y sí, los ciudadanos deben ser agradecidos porque se le favorezcan sus condiciones de vida, pero esto no es razón para que dejen de demandar mejoras necesarias, pues para eso se hace una revolución, para traer las mayores ventajas al pueblo.
La revolución no puede por tanto ser un fin en sí misma, un fin que exija que las personas renuncien a sus aspiraciones de vida para preservar la revolución como idea y no como posibilidad. Entonces es justo que los ciudadanos puedan reclamar de buena manera para solicitar cambios que los beneficien. El fin de la organización política de la sociedad tiene que ser propiciar las condiciones que aseguren una existencia digna, algo que, incluso, preside la actual Constitución cubana resumido en el apotegma martiano: “Yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.”
Ese culto no puede soslayar y menos prohibir la posibilidad de exigir una vida digna.