Por Tania Tasé ()
Berlín.- Hay muchas maneras de amar y de confiar. La mía es simple: te amo, confío en ti y no quiero que te sientas estafada. Te enseño mis lugares más oscuros, mis no virtudes, mi lado feo. Y te pido, para que no te desilusiones luego, que no me veas como me ven los demás. ¡Que tengo muchos dolores, muchos rencores, joder!, enquistados en la sangre.
Que no es tu obligación sanarlos, ni ponerlos en su lugar. Ya están en su lugar, circulan, no los puedes eliminar de la misma manera que no puedes lavar mi sangre.
¿Qué te pedí? Sólo una cosa, una pequeña cosa: no me mientas, no hace falta. Porque yo puedo comprender todo. Todos tus motivos, todo tu pasado, todo tu egoísmo y toda la arrogancia.
Y aún así seguir amando. Aún más los lados tristes y cobardes que no les muestras a los otros.
Podías (tendrías que) saber, que confié en ti. Todo mi cuerpo lo hizo. Toda mi alma, mi sangre y también mi cerebro.
Es como la confianza de los bebés: saben cómo huele el pecho que los alimenta y se abandonan. Ese mismo pecho tuyo que marqué como mi kilòmetro cero. De donde salían todos los caminos que yo transitaría.
Pero no te bastó. Tuviste que mentir y mi instinto me avisó. Desde la primera vez que lo intentaste. Y mi amor confiado le dio una patada a mi instinto salvador.
Y volviste a hacerlo. Una se siente muy trajinada cuando sabe que le están mintiendo, acomplejá, ¡vaya! Y no te lo quieres creer. ¡No te lo puedes creer! Y comprendes al final: amar (o la necesidad de amar) silencia los instintos.
Y tú, cuando te sientes descubiert@ apelas a una agresividad y violencia que a mí no me impresionan, ¡qué van a hacerlo! A ver si a estas alturas alguien puede enseñarme de esos temas. No señor@ tengo un poco de escuela ahí.
A estas bajezas de mis 56 años, tengo que reconocer que soy un puntico rico pal relajo.
A mí me han amado lindo, no mucha gente. No muchas veces. Mas, lo suficiente para saber que no se parece a esta forma triste y anciana (por su cobardía) que tú tienes de amar.
Ya no voy a nuestros lugares.
Ya mi alma niña sucumbió al frío.
Ya envejecí diez años en una semana.
He comenzado a odiar las rosas, es mentira también que no mueren.
He comenzado a olvidarte.
He empezado a morir.