TRUMP, RUSIA Y LA ETERNA LECCIÓN PARA LOS CUBANOS: NADIE VENDRÁ A SALVARNOS

CUBATRUMP, RUSIA Y LA ETERNA LECCIÓN PARA LOS CUBANOS: NADIE VENDRÁ A SALVARNOS

Por Eduardo Díaz Delgado ()

La Habana.- Los problemas complejos son como un diamante: desde aristas cercanas pueden verse de formas radicalmente diferentes. Todo depende del ángulo. Y aunque Trump dista mucho de ser un diamante, su figura y sus frentes abiertos generan una diversidad de percepciones similar.

Resulta curioso —y hasta gracioso— ver a muchos anti-Trump y anti-Estados Unidos celebrando cuando el presidente de ese país se acerca al Kremlin. Esa aparente «distensión» les da un respiro, como si la cercanía a Rusia debilitara a su enemigo histórico. Pero ese entusiasmo debería ser un termómetro para medir que algo anda mal. Si quienes sueñan o han fantaseado con ver a la gran potencia estadounidense desplomarse se sienten cómodos con estos acercamientos, es porque hay un juego peligroso.

El talón de Aquiles de Trump es evidente: su admiración por los dictadores. Y ahí está el verdadero peligro. Por suerte para nosotros, el dictador cubano carece de cualquier carisma o personalidad que pudiera seducir al magnate. De lo contrario, ya habría hecho tratos con La Habana y pasaría por alto los crímenes de Estado del régimen cubano como quien ignora un mal chiste.

El problema, sin embargo, va mucho más allá de Trump. Rusia —país al que muchos cubanos siguen mirando con nostalgia, recordando aquellos años de subsidios soviéticos que mantenían al Estado cubano como la punta de lanza de la plaza roja: guerrillas terroristas entrenadas en Cuba, injerencias en conflictos de América Latina y una política exterior subordinada a intereses ajenos, etc.— es hoy el núcleo de las políticas antioccidentales

Cuba, aunque cultural y geográficamente pertenece a Occidente, lleva más de seis décadas aliada a los enemigos de ese bloque. ¿Por qué? Porque mantenerse en el poder es más fácil en una dictadura. Y la URSS, en su momento, ofrecía esa garantía.

Putin ha recogido ese legado. Aunque niegue querer restaurar la Unión Soviética, actúa como su heredero natural. Apuntala dictaduras, desde Bielorrusia hasta Venezuela. Apoya represiones sangrientas, como la que sofocó las protestas en Kazajistán. Sostiene regímenes que garantizan su influencia en una guerra geopolítica latente. Y lo que más duele a un cubano que desea ver un país libre: sigue siendo el salvavidas de la dictadura cubana. Rusia está dispuesta a mantener a flote a sus satélites geopolíticos a cualquier costo, aunque estos gobiernos empobrezcan a su gente y pisoteen derechos fundamentales.

Es fácil imaginar el peor de los escenarios: el pueblo cubano finalmente se rebela, el régimen tambalea y, como buenos «sugar daddies» celosos, ahí estarían los rusos. ¿Qué impediría a Putin mandar tanques o tropas a La Habana para «disciplinar» al pueblo y preservar su influencia? Si lo hicieron en Kazajistán, ¿por qué no lo harían en Cuba?

China, por su parte, juega el mismo rol en Venezuela. Entre ambas potencias mantienen en pie a un régimen que protagonizó uno de los robos electorales más descarados de la historia reciente. Son potencias dispuestas a financiar dictaduras mientras estas sirvan a sus intereses. Y eso, aunque muchos no quieran verlo, sí nos afecta directamente.

Desde esta perspectiva, mirar a Trump con ojos esperanzados resulta ingenuo. Estratégicamente, Estados Unidos debería mantener su firmeza, porque la Rusia de Putin no va a detenerse hasta verse como la potencia dominante. Pero Trump, obsesionado con su propio imperio, se muestra errático. Su aparente admiración por regímenes autoritarios podría costarle caro a su propio país, y a nosotros también.

La enseñanza aquí es clara: los cubanos no podemos seguir esperando que alguien nos salve. Ningún imperio, ni el que dice defender la democracia ni el que sostiene dictaduras, hará el trabajo por nosotros. Si mañana la dictadura cubana decidiera mutar y convertirse en el “mejor amigo” de Estados Unidos, es muy probable que Rusia torpedeara cualquier acercamiento. El «sugar daddy» no es de los que comparten.

Por eso, el único plan viable es dejar de idealizar a terceros y concentrarnos en lo que sí podemos controlar: nuestro propio apoyo mutuo. Porque mientras sigamos más dispersos que nunca, enfrascados en peleas internas, nos volvemos el cómplice perfecto porque no podemos hacer nada. El verdadero problema, el régimen que nos oprime, continuará fortaleciéndose, riéndose de nuestra incapacidad para unirnos.

Nadie va a venir en un globo a rescatarnos. La solución, si alguna vez llega, tiene que partir de nosotros.

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