LA VIDA EN LA BECA Y LOS INSTRUCTORES DE ARTE

CULTURA Y FARÁNDULALA VIDA EN LA BECA Y LOS INSTRUCTORES DE ARTE

Por Laritza Camacho ()

La Habana.- Entré a la beca porque mi prima Ana María, que ya estudiaba allí, y me convenció contándome sobre el bloque de cultura y las clases de teatro, danza, artes plásticas… lo que yo quisiera.

Mi disyuntiva estaba en que me había ganado la beca pero también apliqué para un curso de actuación en el Cerro y «lo mío» era el teatro. Nunca me arrepentí de haber entrado finalmente a la beca.

Efectivamente la Vocacional Vladimir Ilich Lenin, tenía todo lo necesario para alimentar el arte en todas sus manifestaciones, y ahí estaban ellos, los instructores de arte, a quienes quiero recordar y homenajear hoy en su día.

A todos les pusimos nombretes (mala y divertida costumbre adolescente). No ofendíamos con eso pero, entre nosotros, aquellos profes perdieron sus nombres y fueron La jirafa, el Tapón, Bistec con perejil… y así una larga lista de sobrenombres que, bien mirados, son también «creaciones artísticas», pura imaginación activada.

Una de esas maestras me dió Cero en una prueba y me citó a la cátedra. Cuando llegué me pidió que le leyera mi prueba, porque ella no entendía mi letra. Y de esa manera, ¡escapé con cien! y una advertencia: «para la próxima, escribe con letra de molde o suspende educación artística y estudia medicina» porque no te voy a calificar.

Recuerdo a aquella negra elegante que sabía meternos a todos en su bolsillo y nos «llevaba» a los museos del mundo con sus historias, su buen decir… También nos enseñó el arte de vestir, de tener un sello propio y de aprender conversando, preguntando, dudando y observando. «Los estilos están ahí, en cada construcción, en cada cuadro. Aprendan a mirar y verán el arte que los rodea», decía. ¡Gracias profe!

La vida en la beca se llenaba de ritmo. Bailábamos y a los profes se sumaron Emilio, Cary Escalona, Marlene Rivero, Olga Lidia… Todos bailaban súper y nos fueron enseñando y hasta el más patón le metió al mambo y a la rueda de casino.

Quiñones cantaba: dame un beso… y las mataba callando.

Osvaldo Héctor iba del teatro a la música. Los más grandes tenían un súper grupo donde Pavel Urquiza versionaba a The Beatles y todas nosotras moríamos por verlos tocar.

Lo mío siguió siendo el teatro: «Las aceitunas», «La zapatera prodigiosa», «Bernarda Alba», «Madre coraje», «Casa de muñecas»… y el profe lidiando con nuestra difícil adolescencia y creyendo en nosotros y hablándonos de futuro, enseñándonos sobre Bretch y Stanidlasky. Buscando permisos de pases para llevarnos al teatro, y así vimos todas las puestas en cartelera. La que dejó mayor huella en mi fue el Galileo Galilei de Vicente Revuelta. Impresionante y poderoso.

Después nos lanzamos a crear por cuenta propia. Entramos al cine de la escuela, de noche, luego de robar las llaves, para ensayar. También tuvimos ensayos en los campos de fútbol. Brilly me acompañó bajo un tremendo aguacero a Casa de las Américas para buscar «El compás de madera». Nos topamos por casualidad (el que busca encuentra) con Gloria Torres, quien nos hizo en minutos una edición de la música que necesitábamos.

Convencer a Arturo Soto de que estuviera con nosotros en la puesta, también iba Magda Resik y otros que no siguieron el mundo del arte pero pusieron arte en todo su mundo.
Y todo, gracias a los instructores de arte, esos seres especiales a los que hoy quiero felicitar y agradecer hasta el infinito.

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