Boris González Arena:
La Habana.- En la guagua monté porque me paró al lado, ya no pasa aquello de que caminas mirando atrás por si viene una guagua. Ya las guaguas no «vienen». Caminar, bicicleta, y en los tramos largos un almendrón. Después de la pandemia esperar una guagua no es una opción.
No creo que sea idea mía que el público de las guaguas se ha empobrecido, aunque esto pareciera imposible respecto de 2010, 2000 o 1995. Siempre hemos sido unos miserables, pero ahora lo somos más y la guagua lo refleja.
Una mujer se montó y se puso a mi lado, un hombre se le aproximó y vigilé que no la acosara, no lo hizo, iban juntos. Ella lloraba y con una toalla se secaba las lágrimas. Él le hablaba bajito.
Las personas están más delgadas, estamos. También me parece evidente que hay más personas negras que antes entre el público de las guaguas. Cuando se habla de pobreza no se puede ignorar que los negros en Cuba sufren más. A la gente le molesta que les digan eso, pero es así. No es una afirmación para sentir culpa, pero desconocerlo sí merece censura.
Muchos buscavidas usan la guagua como medio de transporte. Se montan con jabas sucias llenas de alimentos industriales o artesanales. Se sientan con ellas sobre las piernas o los ponen a sus pies. Las mujeres tararean con maestría los temas musicales que pone el chofer. Una de ellas merecía ser filmada en primer plano tarareando la canción, mi memoria musical es tan mala que no puedo reproducirla aquí a pesar de que la he oído por más de treinta años. Era una mujer mayor, cansada, de ropa gastada, pero aquel tarareo la vivificaba
La guagua se llenó tremendamente al punto que me bajé una parada antes, agarraba mi mochila y el teléfono que se me había quedado, irresponsablemente, en el bolsillo. Desde que el mundo es mundo y Cuba es miserable, el momento de bajarse de una guagua repleta es la zafra de los carteristas.
Afuera de la guagua un hombre buscaba entre los restos de leña donde habían cocinado algo en un parterre, trocitos que no estuvieran enteramente quemados, supuse que para cocinar algo con ellos.
Más adelante una mujer joven le hablaba en voz alta a un hombre que no la escuchaba, porque no quitaba la vista del móvil, que habían cogido a un asesino. Él preguntó que si se había tratado de dar a la fuga y ella dijo que no, que él no sabía que lo habían identificado. Hablaba del asesino con familiaridad.
A pocas cuadras de mi casa cuatro personas conversaban sentados en sillas armadas a trozos. Un hombre alto, flaco y con un turbante, vendía algo que parecía un anillo, la mujer que tenía un niño en los brazos decía algo ininteligible pero que era una negativa.
A pocas cuadras de mi casa rutila el edificio más alto de #Cuba, un hotel de lujo que no se ha estrenado, según oí decir a unos vecinos días atrás, porque no tiene agua suficiente la zona para lo que será su consumo. A gran velocidad, aseguran, le están haciendo un canal propio, para lo que están rompiendo las calles del Vedado.
No había luz cuando llegué a la casa, tampoco internet, y debí esperar para publicar esto.