Por Víctor Ovidio Artiles ()
Caibarién.- Cuando tumban la corriente en mi circuito, o sea siempre, la señal del teléfono se va a un espacio supraterrenal y la Internet hace un viaje en el tiempo para posarse en 1993.
Luego de una cena a media luz y alimentos a medio calentar, no te queda otra opción que hacer como Roberto Carlos y su Cama y mesa, pero al revés.
Cojo el teléfono y empieza el proceso de masaje a la pantalla: ya eso lo vi, eso también, eso también, eso también…
Desgastado, abro un jueguito de números para evitarme pensamientos innecesarios. En esa bobería estoy cuando siento una especie de sacudida en la cama. Era algo así como el espíritu atormentado de un epiléptico. Luego todo siguió como de costumbre: oscuro y tranquilo.
Salgo al trabajo y en el camino un amigo me habla de un terremoto al sur de Cuba y del peligro de tsunami. Entendí de golpe. Sin cobertura en el teléfono y sin corriente para ver televisión, la desinformación es total.
Cualquier día despierto en una isla desierta, rodeado de iguanas, sin saber como llegué ahí. Lo único que pido es que el tsunami se lleve al muchacho del catao para otra isla.
