Por Anette Espinosa ()
La Habana.- Acabo de leer a Javier Bobadilla y he sentido envidia. Pocas veces siento envidia, porque la vida me regaló unos abuelos encantadores, los mejores padres del mundo, dos lindas hermanas -lindas por dentro y por fuera- y dos hijos maravillosos. Con eso me conformo. Con eso y un trabajo, aunque lo que me pagan no me alcanza para vivir.
Pero el texto de Bobadilla en Facebook, que El Vigía de Cuba replicó y cuyo link dejaré acá, me hizo sentir envidia. No tengo que explicar que es sana mi envidia, típica en todo el que escribe y que quiere ‘parir’ siempre algo novedoso, que obligue al lector a leerlo una vez y otra. Y así me pasó.
Aunque todo lo que dice me parece muy coherente y genial, coincida, o no, con él, me quedo con una frase: «Los represores, por el contrario, no tienen a dónde ir. Son el eslabón más débil de la cadena. Y paradójicamente, son los que tienen el verdadero poder. Créanme. Entre una Suzuki y un tanque de guerra, yo me quedo con la Suzuki, que es más peligrosa.»
El final de ese párrafo es tremendo. «Entre una Suzuki y un tanque de guerra… » y de pronto me quedé pensando en ‘El Hombre del Tanque’, aquel chino valiente que se plantó delante de un T-55 -o un T-72- ruso en la plaza Tianamen, el 5 de julio de 1989.
Llegaban los tanques a intimidar y aquel valiente se le puso delante y retó al primero a pasarle por encima. Las manos al lado del cuerpo, luego de dos días consecutivos de represión desenfrenada, con el sol de la mañana pekinesa dándole en el rostro. El simbolismo de esa imagen no tiene parangón. Ese día el régimen chino sufrió un golpe bestial.
Los tanques se detuvieron. Aquellas moles de hierro dejaron de ronronear. Sus conductores se atemorizaron y los jefes, de pronto, no supieron qué hacer. Y eso que eran chinos, entrenados para obedecer. Y ya sabemos que los asiáticos tienen otra mentalidad, sino cómo explicarse lo de los pilotos kamikazes cuando la II Guerra Mundial.
El Hombre del Tanque, el que estaba frente al blindado, tal vez sintió miedo. El miedo es propio de los hombres, de todos los hombres, aunque alguno alardee por ahí de que no sabe lo que es eso. Pero se quedó. Esperó sin que sus rodillas se quebraran.
Eso sí, no me imagino a un hombre delante de una Suzuki, de esas que usan los ‘perros’ de la Seguridad del Estado cubana, y no me refiero al canino, sino a los oficiales entrenados por el régimen para pasar por encima de cualquiera.
Si El Hombre del Tanque hubiera estado en una plaza habanera, un seguroso con una moto le hubiera pasado por encima, lo hubiera arrollado con su Suzuki, luego hubiera traído unas hordas armadas con palos para que lo golpearan, y después de un par de semanas en un calabozo lúgubre en cualquier estación de policía, lo hubieran presentado en un juicio amañado y condenado a 20 años por desacato, desobediencia, incitación a la rebelión y delitos contra la seguridad del Estado.
En eso me quedé pensando cuando leí a Javier Bobadilla. El chino sensato que conducía el tanque ruso en Tianamen se detuvo. A pesar de lo que pudieron decirle sus jefes, aquel hombre desarmado, en medio de la enorme explanada, era un símbolo, un rayo de luz, o una barrera para ponerle fin a la represión.
Cierto que el régimen chino siguió en el poder, pero China comenzó a ser diferente. Al menos los chinos se dieron cuenta de que con tanques no iban a poder con ellos.
Los de la Suzuki de La Habana, Jovellanos, Batabanó y 200 lugares más se creen más poderosos que los tanquistas de Tianamen. Se creen invencibles, como si estuvieran por encima del bien y el mal, como si ellos, el día del éxodo, fueran a entrar en el avión de la cúpula. Y están en un error.
Alguno de ellos tendrá que pararse delante de un pelotón, y ojalá tenga el valor de El Hombre del Tanque para resistir de pie hasta el final, mientras unos cañones les apuntan.