Por Arnoldo Fernández Verdecia ()
AGUILERA EL DESCONOCIDO
Hace algunos años, un día 27 de febrero llegué a la ciudad de Bayamo, tenía una promesa que cumplir. En mis manos un ramo de rosas amarillas. Pregunté a algunas personas sobre el destino de los restos de nuestro George Whashington; ¿y ese quién es?, me respondieron; cuando dije el nombre, reinó el más absoluto de los silencios. Tomé un coche y me fui al cementerio con la secreta esperanza de encontrarlo.
Al llegar, pregunté a algunos de los trabajadores y no supieron orientarme; me mandaron con la directora y dijo que creía que estaba en Santa Ifigenia; lo cierto, según ella, en “Bayamo no se sabía nada de ese señor.”
Salí de allí, amargado, triste, mis rosas eran castigadas fuertemente por el sol del mediodía. Me fui al casco histórico de la ciudad e intercambié con grandes amigos; ante mi pregunta sobre los restos del hombre más generoso de nuestro pasado decimónico, por respuesta, el mismo silencio, las mismas dudas…
Uno de los grandes conocedores de Bayamo me dijo que podían estar en el Retablo de los héroes, pero no tenía seguridad en el dato. Hasta el lugar que mi amigo dijo, llegué. Allí aparecían, a ambos lados de una estatua gigantesca de mirada triste y barba prominente, los grandes precursores de la nación cubana, pero de aquel hombre esculpido en piedra solamente había una información: sus nombres y apellidos, el año de nacimiento y el de su muerte.
Mis rosas, ya muy pálidas, me exigieron depositarlas allí. Las coloqué ante aquel rostro venerable y juré que sería como él hasta mis últimos días de vida. Mi larguísima barba de entonces era un tributo a su memoria. Documenté mi encuentro con algunas fotos. De regreso a casa recorrí las aguas de Internet y allí encontré la respuesta que el pueblo de Bayamo no pudo darme.
La historiadora Isolda Martínez Carbonel la hizo posible en un enjundioso artículo, publicado el 21 de octubre de 2016 en la revista Crisol: los restos de Francisco Vicente Aguilera, el Precursor de nuestra independencia, se encontraban en la base del Retablo de los héroes, concluido en 1958.
¿A cuántos cubanos sucedería lo mismo que a mí al llegar a Bayamo? ¿Por qué no hay allí una tarja con la información precisa sobre el destino de los restos del benemérito patriota que Martí llamó millonario heroico? ¿Por qué Francisco Vicente Aguilera desapareció de la memoria del pueblo de Bayamo, de Cuba, después de 1959? ¿Por qué cuesta tanto reconocer su condición de Precursor de la independencia de Cuba? ¿Por qué no ha sido reconocida su idea de la creación de un partido para la independencia de Cuba y la creación de una Confederación Antillana que llevaría a la mayor isla del Caribe a convertirse en la Inglaterra de América?
¿Por qué su amistad con el puertorriqueño Eugenio María de Hostos es casi desconocida para los cubanos? ¿Qué hizo mal el hombre que sacrificó todas sus riquezas, familia, salud, por la causa de Cuba libre? ¿Por qué desapareció el billete de 100 pesos que honraba su memoria después de 1959?
Tengo muchas más preguntas que hacerle a la HISTORIA, algunas las respondieron hechos ocurridos en la propia Guerra de los 10 años, en la de 1895, y durante la República 1902-1958; otras aún no encuentro las respuestas necesarias.
Sin el ánimo de cuestionar a Carlos Manuel de Céspedes, pregunto: ¿Por qué negó la entrada al Bayamo liberado, de aquel hombre que la villa veneró como a nadie? ¿Por qué Francisco Vicente Aguilera no estuvo en la constituyente de Guáimaro como delegado de Bayamo? ¿Por qué mandó a los Estados Unidos, al mayor general, comandante en jefe del ejército de Oriente? ¿Por qué en su ausencia aprobó un cargo que no podría asumir como el de Vicepresidente de la República? ¿Por qué en la emigración favoreció al general Quesada, su cuñado por cierto, por encima de las altas misiones que Aguilera debía cumplir allí?
Poco se sabe de la familia de Francisco Vicente Aguilera, de su esposa Ana Kindelán, de sus 10 hijos, la odisea vivida por ellos en la manigua insurrecta, hasta conseguir salir a la emigración y vivir de la mesada que, cuando era posible, hacía llegar el padre de Ana desde Santiago de Cuba.
Muy pocos saben que la honestidad de Aguilera nunca fue sacrificada para ayudar a su familia. Muy pocas veces pudo girarles dinero, incluso cuando compró el hogar donde residieron en Nueva York se quedó con unos centavos en el bolsillo. Eran tantas las necesidades materiales de Francisco Vicente, que tuvo que trabajar como vigilante nocturno en el Knickerbocker club y como carretonero de las familias ricas de la ciudad, para asegurar lo básico a su numerosa prole.
¡Qué familia la de este hombre! Lo apoyó siempre sin protestar, era tanta su dignidad, que era imposible ir contra él. Fue un verdadero padrazo espiritual de sus hijos, un eterno enamorado de Ana. Pensar que aquel hombre pudo ser conde por las tantas riquezas que tenía, era el deseo de su padre, sin embargo, no era interés suyo alcanzar un título nobiliario. Lo más importante para él era luchar por una Cuba libre e independiente, próspera y con un lugar estratégico en el desarrollo de las Antillas. Los últimos días de vida de Francisco Vicente Aguilera fueron muy difíciles, la última anotación de su Diario lo confirma:
Al amanecer, fui sorprendido con el orinal que tenía al lado de la cama, donde expectoraba, pues estaba medio de sangre, y los esputos más espesos que nunca. Me tiene tanto más cuidadoso, pues me parece mucha sangre para que sea solo de la garganta, cuando tengo también una gran fluxión al pecho, y expectoro con mucha frecuencia. Será lo que Dios quiera.(1)
Falleció de cáncer de laringe, ramificado a los oídos, el 22 de febrero de 1877, cuando aún no había cumplido los 56 años. Nació el 23 de junio de 1821 en Bayamo. Eladio, uno de sus hijos, así describe sus últimos minutos de vida:
«Por el día estuvo callado y meditabundo. No hablaba ya de Cuba, su tema favorito. En cambio, fijábase más en sus hijas y las contemplaba en silencio largo rato. [] le oyeron decir a media voz y con profunda tristeza: ¡Hijas mías Pobrecitas! [] Así llegaron a las diez y media de la noche. Aguilera se paseaba agitado. Notábase en su semblante una extraña expresión de angustia. La familia afligida, estaba toda en la habitación. Se había vuelto á mandar por el médico, á todos los lugares que acostumbraba frecuentar. Aguilera, que continuaba sus paseos exclamó con voz apagada y angustiosa: ¡Me ahogo! y volviéndose á su hijo cerca de allí le dijo: ¡Hijo! qué hacemos? Este le indicó un remedio. Bueno contestó él, y su hijo salió apresuradamente. Aguilera continuó sus paseos. A poco se detuvo en el centro de la habitación Se le vio vacilar sobre sus pies extendió los brazos iba a caer sus hijas corrieron a sostenerlo cayó en sus brazos lo condujeron a su lecho ¡Estaba muerto!» (2)
AGUILERA VUELVE A BAYAMO
El 26 de mayo de 2022, por eso que el poeta José Lezama Lima llamó azar concurrente, un tataranieto de Amado Aguilera Oliva, uno de los hijos de Francisco Vicente, procedente de Nueva York, presentó en la Feria del libro en Bayamo, dos libros seminales que recomiendo leer: El informe de Aguilera y El primer patriota, ambos forman parte de lo que ya pudiera considerarse sana restitución de todos los honores patrios que merece el Padre de nuestra República independentista, el que me atrevo a considerar, Washington de la nación cubana.
Ese mismo día, durante la mañana, desde la Ciudad Monumento, la historiadora Isolda Martínez Carbonel creó el milagro de un acercamiento, que primero llegó vía telefónica, y después, el 27, se convirtió en un hecho concreto en mi vida al estrecharle la mano a Sergio G Aguilera y recibir sus libros, bellamente dedicados, en la Biblioteca 1868, sitio exacto donde, antes de la quema de Bayamo, estaba la casa natal de Francisco Vicente Aguilera.
Documentamos nuestro encuentro con fotos y agradezco profundamente la generosidad que tuvo conmigo, al recibirme junto a su esposa, como a un verdadero amigo, un legionario escondido de los Aguileristas que andamos por el mundo.
Durante el Bicentenario de Aguilera en 2021 no pudo hacerse lo que merecía el Precursor de nuestra independencia. Hubo varios libros gestados desde la provincia Granma para rendirle honores; sin embargo, los de Sergio se inscriben en el linaje de los auténticos Aguileristas que nunca dejaron morir su memoria, y aun esperan el juicio final sobre la restitución de los honores de nuestro millonario heroico, el hombre generoso y digno que Cuba olvidó.
ULTRAJE A AGUILERA EN BAYAMO (Epílogo)
Llegué a Bayamo el 23 de enero de 2025 a buscar un Captopril que un buen amigo mandó para mí. Llegué con los primeros claros del día. Llegué con el despertar de una ciudad que conozco desde mis primeros gritos, pues nací en ella el 19 de diciembre de 1971.
No era la ciudad donde nací, la de mis viajes de fines de semana, en la década del 90 del pasado siglo tras el primer amor, la que junto a Rogelio Ramos y Juan Carlos Roque visitamos, y nos entregamos a ella guiados por el caballero del periodismo, David Rodríguez.
Roque la comparó en aquel entonces con algunas ciudades de Países Bajos, se sorprendió incluso con sus lácteos, los tantísimos quesos en los comercios, la vida cultural floreciente, viva.
Llegué a Bayamo y antes de recoger el Captopril, fui a donde descansan las cenizas de Francisco Vicente Aguilera, a la ermita que recuerda el primer cementerio de la América hispana, la ermita donde en gesto solemne el pueblo de Bayamo, en tiempos de la República, vindicó la memoria de Aguilera y de su primer campo santo.
Llegué y Aguilera tenía lágrimas, infinitas lágrimas, su estatua, en la base donde descansan sus pies, tenía la huella de un ultraje, sentí muchísimo dolor al ver aquello. En la ermita del viejo San Juan, lloré, lloré al ver a la Patria simbolizada en una mujer, sin cabeza, cercada por basura, heces fecales…
La Patria custodiando la memoria de Francisco Vicente Aguilera no merecía un final así, amargo, triste, desolador. Me costó mucho aceptar que en tan brevísimo tiempo, aquel lugar sagrado de la Ciudad Monumento, no sea ya el corazón de Bayamo; ahora es un lugar que muere irremediablemente por el agravio infinito de los hombres.
La ciudad también es otra, la basura asoma en muchos lugares, colas interminables en los cajeros, los bancos, el parque muy callado, sin palomas como en el pasado, la gastronomía que tanto distinguió a Bayamo no existe, El Pedrito una ruina a punto de languidecer, hierba y basura son hoy sus inquilinos, pensar que allí comí las mejores pizzas de mi vida.
La librería tiene contados libros, una gran parte de su espacio vital pertenece a otras ventas. La profanación de la memoria de Francisco Vicente Aguilera, elevó mi tensión al máximo.
Apenas recogí el Captopril, puse uno bajo mi lengua. No encontrar el viejo espíritu de la ciudad, conocida, amada, fue la nota que desbordó mi alma. Bayamo muere y urge salvar lo que por derecho histórico es suyo.
Citas bibliográficas y notas
1. Ludín B Fonseca: Francisco Vicente Aguilera, Proyectos modernizadores en el Valle del Cauto, La Habana, Ediciones Boloña, 2019, p. 476.
2. Eladio Aguilera: Francisco V. Aguilera y la Revolución de 1868, La Habana, 1909, páginas 378-379.