Por Fernando Clavero ()
La Habana.- A Javier Sotomayor y a su familia no le ha ido tan bien en los negocios como le fue al saltador en sus tiempos de deportista de máximo nivel mundial, con récords, medallas, trofeos, premios y todas esas cosas que llegan aparejadas a la fama, y que incluye la tolerancia de los tiranos.
Un día, al Soto le dio por abrir un bar en La Habana. Era un bar diferente, al que puso por nombre 2.45, en honor a aquel registro que estableció en la ciudad española de Salamanca y que se convirtió en primado mundial, aún vigente. Tremendo lo que se gastó Sotomayor para convertir aquella casa que le habían regalado por sus méritos deportivos, en un bar.
Y todo iba bien. El bar se llenaba. El Soto tenía y tiene muchos amigos en el mundo del deporte, de la farándula. La vida nocturna, las mujeres -a veces menores de edad-, la buena bebida, extranjeros, las drogas, y el hombre cayó en desgracia. O el bar, que no él exactamente, porque con esas acusaciones podía ir preso, pero su nombre aún pega, tiene agarre y se le respeta, por más que no sea Sandro Castro, descendiente de la familia real.
Un buen día, Sotomayor tuvo que cerrar su bar. Por allí estuvieron, durante muchos días, unos inspectores que decidieron que le adeudaba al fisco de la capital cubana unos 50 millones de pesos, y aunque ahora mismo no parezca tanto, son unos 144 mil dólares, que siempre serán buenos.
Con esas cifras, es como para que cualquiera se asuste. Y El Soto, el Príncipe de las Alturas, uno de los mejores deportistas cubanos de todos los tiempos, decidió hacerse a un lado. Tal vez busca un arreglo con el gobierno de La Habana, con la policía, que se tragó, o archivó, aquello de las drogas, de la pornografía infantil… cualquiera sabe. De todas formas, ya no es el tipo. Su puesto es ahora de Mijaín López.
Y a él no querrán meterlo preso. No querrán tener a otro Pablo Lara, a otro Andrés Aldama o Félix Savón, campeones olímpicos que estuvieron presos, unos por violentos, otros por asesinos y uno por abusar de niños menores, el último. Tal vez prefieren que Sotomayor se vaya a España, donde vive y se entrena un hijo, y de donde tiene documentos, pero Sotomayor sabe que en España tendrá que trabajar para vivir. Y en Cuba siempre será Sotomayor.
Y cuando al campeón le enfocaron los cañones, los disparos tocaron también a su familia, entre ellos a un medio hermano, supuesto dueño -o testaferro del exsaltador- a nombre del cual está D’Doto S.U.R.L. la Mipyme más «poderosa» de Matanzas.
Las malas lenguas, sobre todo en redes sociales, dicen que es Javier Sotomayor el verdadero dueño, el que hizo la inversión, buscó los contactos, el que se jugó la plata, aunque el propio Javier lo acaba de desmentir, pero eso no significa que no sea así, como lo dicen por ahí.
D’Doto S.U.R.L. tiene múltiples sucursales U.E.B. y contratos de arrendamientos con empresas estatales radicadas en Matanzas y en La Habana, todo a nombre de Dariel Sotomayor Rivero, pero resulta que también está endeudada con la ONAT de Matanzas, que le quiere cobrar nueve millones de pesos por deudas, luego de 100 días de revisión mesurada de toda la documentación.
El hermano del campeón puso el grito en el cielo, dice que es mejor irse del país, que los inspectores esto, o lo otro, cuando sabe que esos tienen culpa, porque van contra los duelos de mipymes o de timbiriches a sacarles el ‘alma’, pero el verdadero culpable es el gobierno, el castrismo, la dictadura. Pero eso no lo dice, porque sabe que no es Sandro Castro, ni tampoco el Cangrejo, o doña Mariela, dueños de negocios que dejan mucho más que el de los hermanos Sotomayor, y que violan más normas, pero ellos son Castro.
Por ahora, el escándalo apenas acaba de emerger. Toca esperar para ver qué sucede en el futuro. Si enjuician a Sotomayor, al hermano, si decomisan casas, mercancías, bienes, o si ambos toman un avión -si los dejan- y se van del país.
El mundo del deporte vuelve a estar en entredicho, y ahora los amos se han virado contra los servidores. Los que un día los ayudaron en eso de vender el sistema, ahora caen mal y van a por ellos. La historia apenas comienza.
