Por Anette Espinosa ()
La Habana. Hasta el último día de su vida, Fidel Castro estuvo al tanto del poder. No se movía un ministro ni un jefe militar en Cuba sin que le consultaran. Incluso, la visita de Barack Obama a la isla estuvo en veremos, porque el mandatario estadounidense declinó una invitación para saludarlo. ‘Prefiero no verlo, y si esa es la condición, no voy’, me cuentan que le dijo el expresidente a Raúl Castro.
A pesar de haber renunciado a todo el poder, incluyendo a su condición de comandante en jefe, que él mismo se dio desde la Sierra Maestra, no le perdió pie ni pisada a eso de gobernar, y se presentó cuando quiso en fórums, congresos, o en cuanta reunión quiso, ocupó la silla del que mandaba, y hasta el periódico Granma esperó horas por alguna de aquellas diatribas que él llamó ‘Reflexiones’.
Así fue hasta el día de su muerte, ocurrida, según dicen, el 25 de noviembre de 2016, aunque tal vez haya sucedido un poco antes, y la hayan retrasado para hacerla coincidir con el día en que salió de México, 60 años antes, el yate Granma. Así de complicados y manipuladores son estos comunistas de Cuba.
Raúl Castro, que mandaba desde hacía unos años, entregó el poder en 2018 a un elegido suyo, Miguel Díaz-Canel, pero solo el nominal, porque en la sombra fue cada vez más todopoderoso. Incluso, su heredero se abstuvo hasta ahora de tomar determinación alguna sin consultarle, sin olvidar que en las cuestiones de alta política todo pasó por las manos del más pequeño de los Castro.
Nonagenario, tambaleante, con serios problemas del corazón y con lagunas mentales, Raúl Castro sigue apegado al poder. No quiere abdicar de ninguna manera y le otorga poderes a la familia: un nieto escolta y empresario, una hija abanderada de las causas LGBT y empresaria, además de esposa de un extranjero también dueño de empresas, un sobrino ministro de comercio exterior, y un hijo medio tronado, pero al cual le temen todos, desde todas partes, sobre todo desde las instituciones armadas.
Y así será hasta el día que se muera, porque no hay nadie más apegado al poder que esos que han gobernado Cuba y que siempre dijeron que el poder era solo un sacrificio para ayudar al pueblo. Si es así, porque no dejan de sacrificarse, de una vez, y se van a casa, se ponen un pijama y esperan que les llegue la muerte en la armonía familiar, porque tampoco se les puede pedir que hagan colas para gas o azúcar.
Ahora, como para demostrar que los sobrevivientes de lo que ellos llaman ‘generación histórica’ todavía son importante, casi sabios, mandan a José Ramón Machado Ventura a Granma -la provincia-, a dar algún sermón sobre lo importante de hacer esto o aquello en la crianza de ganado mayor, algo que jamás hizo en su vida, que no estudió, y en lo cual siempre estará en desventaja con los campesinos. Pero fue.
Fue en avión, acompañado por un equipo de protección y por un médico, que estuvo pendiente todo el tiempo, a pesar de lo cual se babeó y obligó a que le cambiaran la camisa antes de abandonar la aeronave.
Y a este personaje, gris donde los haya, maquiavélico y sin carisma, lo envía la casta política gobernante a impartir experiencias, a despertar el patriotismo. Es algo parecido a colocar al también nonagenario Ramiro Valdés al frente de la generación eléctrica, o de la supervisión de la misma, en momentos en los cuales hay más apagones que nunca.
A mí no se me olvida aquella frase de Guillermo García Frías. ‘La jutía es una carne que tiene un nivel de proteína superior a todas las demás carnes’. O la otra de que un avestruz aporta más que una vaca.
Esos ridículos habituales, que aprendieron de quien fue su guía espiritual y su comandante en jefe, siguen llevándolo a todas partes, en momentos en los que ya nadie cree en la revolución, ni en sus dirigentes, ni en el socialismo ni el castrismo, porque todo el mundo sabe que lo único que generaron fue desigualdad y pobreza, cuando los slogans eran de bonanza y paridad.
Es hora de soltarse de una vez del poder. Si quieren hacer un bien final al pueblo cubano, háganse a un lado, den paso, quítense, y vayan a morir a donde mejor les plazca, pero no sigan echando excretas sobre un país lastimado hasta los tuétanos.