¡ABUELITOS…!

CUBA¡ABUELITOS…!

Por Reynaldo Medina Hernández ()

La Habana. Tengo 63 años, por lo tanto, con independencia de los diferentes criterios que existen para determinar cuándo una persona arriba a la tercera edad, vejez, ancianidad, senectud, o como quiera decirse (unos dicen que a los 60, otros que a los 65), yo ya me considero «un viejo de mierda» (en la acepción cariñosa, no peyorativa, de la palabra).

Me disculpan mis contemporáneos si se ofenden, es mi opinión, respeto las de ustedes, si quieren considerarse pepillos o mangos, como dicen ahora…

Comienzo con esta aclaración para que nadie piense que tengo algo contra los viejos, cómo voy a tener algo contra «mí mismo» (como diría Lindoro Incapaz). Por otro lado, desde niño me enseñaron, no solo a respetar, si no a venerar a los ancianos, por sus canas y arrugas, por lo que aportaron y aún aportan, por su experiencia y sabiduría acumuladas, algo que solo puede lograrse viviendo mucho e intensamente.

Soy defensor de la libertad (casi) sin límites, sin embargo, creo en la necesidad de los límites para ciertas actividades humanas, a fin de evitar el caos. Por ejemplo, el tiempo de vida laboral debe tener límites, en especial para las personas que ejercen funciones político-administrativas.

Me opongo a los nombramientos vitalicios, a la reelección indefinida para cargos públicos y a todo lo que lleve a la gerontocracia, porque los ancianos, por lo general, son conservadores, reacios a los cambios, y de una tozudez que a veces, deviene capricho. Y cuando son muy poderosos pueden joder mucho (en este caso «joder» no tiene nada que ver con el sexo, como sucede en algunos países hispanohablantes, si no con las acepciones 5ta. y 6ta. del Diccionario de la RAE: molestar o fastidiar a alguien, y destrozar, arruinar o echar a perder algo

Cuando se dan tales circunstancias puede ocurrir que dos viejos cagalitrosos, con un poder casi ilimitado, puedan tomar decisiones trascendentales, que afecten la vida de millones de personas, que pueden, incluso, no ser ni sus connacionales.

La cosa empeora cuando esas decisiones ni siquiera son consultadas con aquellos a quienes les afectan; y es deplorable, cuando a esos vejetes, sencillamente, les importa un carajo la opinión de esos afectados.

Los viejos, sin importar sus años, y mientras estén lúcidos, pueden seguir aportando, pero si no es para bien, hasta que les llega el momento de terminar sus días sobre la tierra, lo único honorable que pueden hacer es no joder.

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