Por Anette Espinosa ()
La Habana.- La liberación de los presos es el tema obligado de conversación por estos días en el seno familiar. Los presos, el pan, el aceite… lo de siempre, porque los cubanos siempre tenemos preocupaciones adicionales, motivos suficientes para hablar o polemizar.
Ayer me preguntaba mi padre, después de un café en la noche, si votaría a José Daniel Ferrer en el hipotético caso de que hubiera en Cuba elecciones libres y él se postulara por un partido para la presidencia. Y la respuesta fue un no rotundo.
No votaría jamás por él. Le dije. Pero si fuera a la guerra, me gustaría ser de su grupo, tenerlo conmigo en la trinchera, pelear a su lado. Una cosa no quita la otra, y le recordé aquella carta de Martí al general Gómez en la que le decía que un pueblo no se funda, como se manda un campamento.
No voy a comparar a Ferrer con Gómez, ni entrar en divagaciones raras. Solo quiero decir que el líder de la Unión Patriótica de Cuba (Unpacu) me parece más un caudillo que un político, mucho más un hombre de acción que de palabras. De hecho, su verbo a veces me resulta incómodo, pero eso no quita que sea capaz de seguirlo, que me gustaría como general para tumbar aquello que debe ser tumbado.
Cuba necesita de hombres valientes ahora mismo. De tipos que no tengan miedo a ponerle el pecho a las balas, o la espalda a los palos de los dictadores, de hombres y mujeres que den la cara y digan las verdades, cueste lo que cueste. Ferrer dijo que hubiera preferido seguir en prisión antes de ser parte de un acuerdo mezquino, negociado a tres partes, al parecer, entre la cúpula asesina de La Habana, el dormilón de Washington y el papa comunistoide.
Estoy seguro de que a la mayoría de los que excarcelaron en estos días para congraciarse con Biden por haber eliminado al gobierno cubano, que no al pueblo, de la lista de países patrocinadores del terrorismo, les dijeron que si sacaban la pata, los podían volver a llevar a la prisión. Eso lo dejó claro Humberto López, el triste vocero del castrismo, en aquel segmento en televisión con una especialista en temas jurídicos, aliada del gobierno, por demás.
Pero a Ferrer no se lo dijeron. Ferrer es otra cosa y ellos saben que es de los pocos que no le tiene miedo alguno, que le da lo mismo estar en casa que en una celda solitaria en Mar Verde o cualquier otro lugar de Cuba. Por eso sus declaraciones nada más salir de las mazmorras castristas, en las que no dejó títere con cabeza.
Por eso, también, lo han apresado muchas veces. Y por eso lo fueron a recoger el 11 de julio de 2021, nada más vieron que podía ponerse al frente de los santiagueros y tomar la ciudad. Ellos, los comunistas, saben que Ferrer tiene gente que lo sigue, porque se pone al frente, pone el pecho, no se amilana, y la palabra cobardía no existe para él. Eso me gusta del líder de la Unpacu, lo admito.
Pero votar por Ferrer en una supuesta elección, cuya realización está cada vez más cerca, es diferente. La Cuba postcastro no necesita un caudillo, sino un político, un hombre con luz larga, con capacidad de unir, sin odios ni resentimientos, una persona -hombre o mujer- capaz de devolver a los cubanos a la vida, sacarlos de la muerte, llamarlos desde el exterior, desde el destierro y forjar una patria nueva, por el bien de todos.
Ferrer es para ahora, para mañana, para el combate. Y ojalá él lo entienda y reconozca sus virtudes, que han de ser muchas, y sus defectos, y se ponga siempre al servicio de la patria y la libertad.
Por eso, digo ‘Ferrer, sí’, para algunas cosas, y ‘Ferrer, no’, para otras. Pero esa es mi forma de pensar. Cada cual tiene las suyas. Y no soy superficial al pronunciarme sin haberle hablado jamás, sin haber escuchado sus propuestas, que de seguro tiene para una Cuba futura, solo hablo a partir de las sensaciones que me deja.
Mi padre, por ejemplo, dice que sí, para ahora y para mañana. Puntos de vista.