EL SUSO, EL PROFESOR DE FÍSICA QUE ME VITOREÓ COMO A MICKEY MANTLE

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Por Renay Chinea ()
Barcelona.- No fui más. Dejé de ir y, luego, de tanto faltar, no sabía cómo presentarme a la primera clase. En verdad no me explico cómo se me ocurrió. Debe haber sido la inmadurez o que se yo. El asunto es que comenzado el grado 12, del Preuniversitario, me salté la asistencia a las clases de Física. La mitad del tiempo, disfrutando. La otra mitad asustado, pensando que algún día tendría que volver, y no sabía cómo.
No sabía cómo presentarme y decir: ¡Hola Profe, quiero finalmente comenzar a estudiar física?. No… no lo podía hacer y no se me ocurría una solución.
En esa agonía estaba cuando me dijo Susana:
—El Profe de Física, anda enfadadísimo preguntando por ti.
—¿En serio? ¿Que dijo?
—Dijo que si alguien te veía por algún lado, te informara que tienes que ir urgentemente a verlo.
Había dos cosas que el Suso no sabía. Una, que el me tenía afecto. Y dos, que me encantaba la Física. Pero no me asociaba a mí, conmigo, con el nombre hueco que aparecía en su pase de lista y nunca estaba.
El Suso es uno de los mejores profesores que tuve nunca en cualquier materia. Desde la primaria hasta la Universidad.
Flaco, alto y dicharachero, era un guajiro de La Parra. Y no pienso irme de aquí hasta que no les cuente qué es La Parra.
En 1969, Fidel Castro vio una loma. Iba pasando entre las colinas pre-Escambray de la localidad de Crespo, entre Potrerillos y Cumanayagua. Y vio una cumbre, ciertamente mediana, pero con una vista privilegiada sobre el valle del Arimao. Al fondo, hermosamente delineado está el Macizo de Guamuhaya, con el Escambray en primera fila.
Sacó su dedo mandatario y dijo: aquí mismo, señalando un lugar. Cuatro años después todo un ejército de guatacones, le habían montado una ciudad. Bueno, un satélite hormigoneado en medio de la nada. Un reclusorio de guajiros desplazados hacia donde se suponía, que crecería un “Polo” ganadero para complacencia del líder. En su megalomanía, en su idolatría, los lideres comunistas vagan por el desierto, pero sin la humildad del Moisés bíblico. Como si ya viniesen de vuelta de Jerusalén. Y desplazan pueblos, poblaciones… ciudades y países enteros.
En aquel lugar de ganaderos sin vacas, de edificios soviéticos pintarrajeados sobre un hermoso paraje tropical, nació y se hizo profesor —vete tú a saber cuál era su nombre— “El Suso”.
Una tarde, había dos equipos jugando béisbol. El Suso, era de los pocos profesores que se juntaba con los estudiantes. Lo mismo soltaba bromas sobre la impericia de los jovenzuelos con las chicas, que nos retaba a memorizar películas, o como ese día, se calzaba unos spikes viejos y se ponía a jugar béisbol.
El jugaba con el equipo de (los de) Cumanayagua. Yo era oficialmente de Cruces, el equipo contrario, y era muy malo jugando al béisbol. Es un misterio cómo puedo ser tan malo en los deportes. Creo que es un don. Aunque, a decir verdad, el béisbol, lo sabia jugar.
No recuerdo porqué al equipo del Suso le faltó un jugador, pues le había salido una urgencia y tuvo que irse.
Como yo iba pasando por allí, y todos estaban locos porque continuara el juego, dijeron al unísono: ese mismo. Y los crucenses empezaron a hacer bromas con que yo jugaría para ellos. El Suso perdía una carrera por cero, cuando me tocó batear a mi, con corredor en primera, para su equipo.
—Mira a ver qué haces, ¿eh?— me recordó, amenazante, sospechando de mi lealtad.
El béisbol es un deporte incongruente, aburrido hasta el hartazgo, donde se abusa de la estadística pero, como aquella tarde, puede tener momentos espectaculares.
Mi amigos sabían lo malo que yo era. Lo veía en sus rodillas socarronas mientras yo me acercaba al homeplate. El Suso se me acercó y me dijo: ‘revienta esa pelota, chama… que estamos perdiendo…’ y me animó con una palmadita en la espalda.
Mi estrategia era muy clara: corro mal, corro lento y estos cabrones saben tirar a las bases. Así que, como me voy a ponchar, voy a gastar los strikes con un swing bien fuerte. Y así lo hice: el campo, frente a la escuela, era más corto por el left field que por el right. Una zanja llena de Yerba Bruja, eran los límites de la cerca. Agarre el bate a todo lo largo. Flexioné las piernas y vi salir la bola blanca, como una luna pequeñita del brazo del pitcher. Aguanté la respiración y le hice swing con todas mis fuerzas.
Hice tok tok, y una voz dijo: pasa. Entreabrí despacito y me acerqué a su buró. Me miró con cierta extrañeza. Me reconoció por el día del juego, e inmediatamente iba a esbozar una sonrisa, cuando le dije mi nombre.
—Así que tú— dijo. Estaba medio enfadado… y se fue enfadando más mientras intentaba justificarme. Luego me di cuenta cuál era su enfado: era el tipo de profesor que no nació para que sus estudiantes le tuvieran pánico a su asignatura. A fin de cuentas había nacido en La Parra, y si Fidel estaba convencido de que hacer una ciudad cuartón entre el cuartón de vacas haría fluir la leche y la miel, el creía a pie juntillas, que nos podría enseñar las leyes de La Física, haciéndonos amar a Galileo y Newton.
—Estas jodido—me dijo-. Ya tenemos el primer examen y no tienes derecho a presentarte… porque es que no has venido nunca. Y agregó: —lo siento, de verdad, no veo que pueda hacer algo por ti.
Por raro que parezca, aquella segunda incidental de que no podía hacer nada, significaba que al menos había pensado en hacer algo. De cierta manera me preparé para ello. Esperé, y vi salir, como una lunita blanca de la mano del pitcher, el parlamento que me hacía falta:
—Espero que esto de verdad, te enseñe a comportarte— me dijo.
—¡Lo siento mucho, Profe, pero eso es imposible! Ustedes se la pasan enseñándole a uno que aquí no se rinde nadie, que hay que pelear hasta el final y nunca rendirse… y ahora no me dejan presentarme a la pelea. Déjeme ir al examen. Si total, voy a desaprobar, hágalo en buena lid.
Sería como un jueves, o algo así. Y yo ya estaba pensando en los arrastres de exámenes desaprobados y toda la jerigonza que eso provoca.
—Así me gusta— me dijo-. El martes, te haré un examen. Para ti será más riguroso, el tiempo más estricto, lo harás solo ante mí en aula aparte y la calificación será el todo o la nada: una sola pregunta mal, y estás desaprobado. Esa es tu oportunidad —así me dijo y me dejó francamente en ascuas.
Pero Eliezer el Adventista, que lee estas líneas estaba de mi lado. Es probablemente el estudiante más brillante que conocí nunca. Y tenía una peculiaridad: bebía de una fuente oculta que para nosotros estaba vedada: la Biblia. Leer la Biblia, escuchar a Julio Iglesias y decir que hoy mire había llegado a la luna, estaba prohibido para nosotros. Eliezer, provenía de una familia cristiana de las que prefirieron el camino largo de la segregación y del sacrificio, a dejarse imponer las ideas de la represión marxista. Aquella rebelión contestataria de casta, lo había convertido en un prodigio como estudiante.
Me acerqué a él y le conté lo que me pasaba. Se echó a reír y me dijo —no te preocupes, ya te paso todos mis apuntes y los debatimos por capítulos.
Creo que desde ese momento hasta el examen, no hice otra cosa que mirar apuntes, responder cuestionarios, debatir con Eliezer… leer, releer, responder ejercicios. Y así y así y así, hasta que puse punto final, y le entregué el examen al Suso.
Nunca olvidé lo aprendido en aquel maratón. Aún hoy le enseño a mis hijos la 2da Ley de Newton, despejadas en el plano X y en el Y. Una con el Seno, otra con el
Coseno. La Gravitación Universal… la cinética de Galileo… el Movimiento Brouwniamo de las partículas, la Ley de Conservación de la Energía. La transformación de la Potencial en Cinética y viceversa.
Y llegó el día del resultado. Una vez dadas todas las notas, pasó a hablar de mi. Empezó a alabarme delante de toda la clase. A decir que había hecho un examen impecable… incluso, la ortografía había sido inmaculada, y que, sin dudas, él había aprendido que a las personas había que darles una oportunidad. Y me dijo:
—Es más, ven a la clase de física solo si te da la gana. ¡Conmigo ya cumpliste…! Y mis colegas que sabían el susto en donde había estado metido, comenzaron a felicitarme. Yo me fui a ver a Eliezer y le di un abrazo.
A partir de ese momento, jamás falté a una clase… Nos hicimos lo más amigo que pueden hacerse un estudiante rebelde y un Suso bonachón. Nos retábamos a mencionar capitales, ríos más importantes y principales recursos económicos de los diferentes países.
Una madrugada fresca de febrero, nos llevó a un grupo selecto de estudiantes, a conquistar una colina cercana para observar el cometa Halley, que ese año pasaba por la tierra.
—A ver si logran algo en la vida —nos dijo-  y mírenlo bien, porque vuelve en Julio del 2061. Y voy a estar aquí mirándolos a ustedes a ver si lo que les enseñé les sirvió de algo.
Cuando el pitcher me lanzó la bola, aquella tarde, sentí un contacto seco. Sabía que había dado un golpe franco. La busqué por el aire, y vi una pelotita blanca, que se perdía en el azul y se iba y se iba y se fue. Cayó más allá de la zanja de las yerbas brujas.
El Suso fue el primero en alzarme en brazos:
—A partir de mañana tu eres de mi equipo… ¡¿Qué Cruces de qué…?! ¡Tú eres de Cumanayagua..-!
Y esta semana ha muerto en Cuba. Me acabo de enterar que sufrió un cáncer de garganta. Cuando te vas de un país, se apaga la vitrina donde deberías de guardar muchos recuerdos. Dejas atrás la hidra de mil cabezas de los remordimientos, y no sabes cuándo te van a asaltar.
Me gustaría, si existe el cielo, encontrarme con él y sentarme en el cometa Halley, a ver cómo pasa en julio del 2061, sobre aquella colina de las afueras de Cumanayagua, mi pueblo adoptivo.

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