Por Carlos Cabrera Pérez
Majadahonda.- El presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez desperdició una oportunidad de oro para acercarse a los holguineros enlutados por un lamentable accidente y alejarse de un paria internacional como Nicolás Maduro.
Ya sabemos que los guardias no quieren a las guayaberas husmeando en sus asuntos, pero cuando se trata de la vida de trece cubanos en la segunda provincia en la que Díaz-Canel fue máximo dirigente político y administrativo, su esposa es holguinera y parte de su familia política también son oriundos de la «patria chica de Fidel y Raúl»; su reacción debió ser instantánea y solidaria de verdad y no de silencio inexplicable.
Otra vez los alardes de renovar la comunicación social han quedado en la nada; y la nada nada inspira. Como ocurre con Gaesa, los hechos militares no están sometidos a la política de comunicación social; con ese afán raulista de hacer dos estados dentro de un país diminuto geográfica y geopolíticamente.
Ya en Caracas, vimos que los guardias estuvieron representados por el teniente coronel Raúl G. Rodríguez Castro, nieto favorito del anciano dictador, que optó por quedarse pescando tranquilamente en la isla porque a Maduro, La Habana lo tiene totalmente amortizado y debe tener vías de negociación con María Corina y Edmundo González; como hizo Germán Sánchez Otero con Capriles durante el intento de golpe de estado contra Hugo Chávez.
A la coronación fraudulenta de Maduro, podía haber ido el primer ministro Manuel Marrero o el vicepresidente Salvador Valdés Mesa, en las relaciones bilaterales todo el pescado está vendido y habría sido positivo acercarse a los holguineros en trágicos momentos. Unos padres nunca van a entender que su hijo haya muerto en cumplimiento de un Servicio Militar Obligatorio (SMO) caduco, innecesario y costoso para el conjunto del país.
Pero el presidente tiene miedo al encuentro directo con la masa, a la que evita siempre que puede, por mucho que se afane en decir que su gobierno cuenta con el reconocimiento de la mayoría de los cubanos, a los que ha castigado con más pobreza, desigualdad y frustración.
El Minfar informó que les explosiones habían ocurrido el 7 de enero y el esperpento chavista fue el 10, es decir, que Díaz-Canel tuvo tres días para volar a Holguín, evitar la zona de seguridad delimitada por los militares, pero consolar a familias enlutadas de repente, en el arranque de un año, que había aventurado provechoso.
De Holguín a Caracas se tarda unas dos horas en avión y habría sido un gesto humano hacia quienes han perdido familiares. Maiquetía le daría prioridad al avión ejecutivo del mandatario cubano; entre otras razones, porque solo debía atender otro VIP, el de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Dime con quién andas y te diré quién eres.
China, Irán y Rusia -a quienes la propaganda tardocastrista presenta como aliados- concedieron un bajo perfil a sus delegaciones, mientras que de la región, hasta Honduras excusó la asistencia de su presidenta, pero la mentirosa prensa estatal habló de histórica jornada en Caracas: con su habitual infantilismo binario.
Elegir siempre es angustioso, en ello radica el concepto de libertad, y un político, al margen de su ideología, carácter y sensibilidad debe garantizarse un 60% o más de popularidad para trabajar en un marco de legitimidad, que no es el caso del presidente cubano, muy golpeado por la crisis para la que no pone remedio, la mala suerte y la irresponsabilidad de actuar siempre contra los intereses del pueblo.
Desde su designación presidencial, no ha tenido ni un momento de tranquilidad y, como ya está grandecito, debería cuestionarse en qué se equivoca para que los cubanos sientan tanto rechazo hacia un hombre emocionalmente frío, distante, de mirada perdida y, sobre todo, carencia de valor político para acometer las reformas imprescindibles que exige Cuba.
Una vez más, Díaz-Canel brilló por su ausencia y toda huida tiene un coste político notable, como veremos en los próximos meses.