Por Arturo Mesa ()
Atlanta.- Seis de la mañana y yo despierto. Ya cae nieve. Gané la apuesta. Cincuenta y siete años después veo al cielo deshacerse en copos blancos, pequeños pero elocuentes.
Que no salga a la calle, me dicen, nadie sabe manejar aquí en la nieve. ¿¡Cincuenta y siete años después y no voy a salir?! ¿Y si pasa otro medio siglo?
Al patio lo cubre una nata blanca de centímetros. Los muebles se ven pulcros. A los aires los cubre el hielo y hay un arbusto blanco que hasta anoche era verde. Sin embargo, se ve feliz. Hay gente en las ventanas. ¿Serán inmigrantes también, sorprendidos como yo del inaudito fenómeno? ¿De treinta años quizás, veinticinco, setenta?
Escucho “Journey”, para hacer la experiencia perfecta, un café Bustelo lo más fuerte posible. Me asomo a la ventana con la tasa en la mano, la gente sonríe y saluda; me recuerda el barrio.
No sé en qué momento voy a salir, a tirarme en la nieve como Olaf, pero lo haré. Siento miedo, emoción, deseos, impulsos. Tomo fotos, videos, pienso en ti; ¡si estuvieras ya estaríamos afuera!
Pienso, me dejo llevar por las emociones y es entonces cuando Steve Perry, con esa voz incomparable me canta al oído: “I’m stranded in the sleet and rain, don’t think I’m ever gonna make it home again”…
Y en medio de tanta belleza, de tanto blanco y de tantos sentimientos encontrados, pienso en mi isla.