Por Adalixis Almaguer ()
Miami.- La chuchi llegó un año dos meses y 16 días después. De lo que pasó en ese tiempo prefiero no hablar. Fue una pesadilla larga y sostenida hasta que cruzó las puertas de cristal del aeropuerto de Miami y la pude oler otra vez en un abrazo.
Ese día -después de pasar los controles aduaneros- fuimos a comer a casa de Oneida, y ella le dio una cajita de jugo. No recuerdo el sabor. Sólo recuerdo que la chuchi agarró la cajita con una mano y le daba pequeños sorbitos mientras jugaba con la otra.
Cuando le preguntaron, al ver que no se lo tomaba como el resto de los niños, si no le gustaba, para darle alguno de otro tipo, nos dejó a todos sin aire. «Está tan rico que no quiero que se me acabe. Quiero que me dure mucho» -respondió.
La chuchi tenía cinco añitos y ya estaba marcada con las cicatrices de la dictadura. Le tomó mucho tiempo entender que es normal que los niños tengan jugos, y comiditas ricas. Que los padres no tienen que escoger -como hacía su mamá- entre comprar un jabón y un caramelo. Que con un trabajo regular, sin lamerle el culo a ninguna ideología, se pueden comprar los dos.
Para Momo, el perrijo de la chuchi, ella nunca ha tenido que escoger entre un treat y un jabón. ¿Por qué tu hijo no puede tener lo que tiene su perro?