FRUSTRACIÓN E INMOVILISMO EN LA CUBA DE HOY

SUGERENCIAS DEL REDACTOR JEFEFRUSTRACIÓN E INMOVILISMO EN LA CUBA DE HOY
Por Ivette García González (CubaxCuba)
La Habana.- Confieso que con frecuencia pienso en tantos colegas, familiares y amigos que, como yo, hace mucho tiempo dejaron de creer en la «Revolución», que dejó de serlo hace décadas y cuando lo fue, sirvió para instalar una dictadura de matriz totalitaria. El resultado es el desastre nacional que tenemos hoy, incluidos la frustración y el inmovilismo en amplios sectores de la ciudadanía.
Pocos se atreven a reconocerlo, menos a confrontarlo. La frustración es dura porque el fracaso de lo que abrazamos se asume como fracaso personal, aunque todos, en realidad, somos víctimas. El peor efecto de tal frustración es la complicidad silenciosa y el inmovilismo de fuerzas vivas que mucho podrían aportar al cambio. Ya sea a través de la no cooperación con el régimen, como ocurre cuando se participa, por ejemplo, en sus espectáculos de marchas y actos; ya sea por la acción o la labor cívica que tanta falta hace.
Este cuadro es notorio pero no excepcional, al contrario. Las vanguardias son las impulsoras de los cambios más profundos. Las mayorías acogen y deciden acompañar o no a esos liderazgos, que son los responsables de proyectos y estrategias de lucha.
Por lo general son los jóvenes quienes son capaces —sin compromisos previos ni ataduras mentales— de llegar a la raíz y revolucionar la nación. Pero la experiencia cuenta, y en algunos ciudadanos de generaciones precedentes priman la valentía y coherencia. Se lanzan a su modo, pero se lanzan, aun sabiendo que sus actos e ideas no son «políticamente correctos» y pueden tener graves consecuencias. Los testimonios de generaciones anteriores quedarán para la historia como muestra de la complejidad de nuestro tiempo, de nuestra crudísima realidad y de la valentía, la decencia y el patriotismo que nunca perdieron.
-I-
Entre las categorías que aportan al inmovilismo, por conveniencia, desidia o apatía, hay de todo. Todavía son pocos los que alzan su voz o ayudan de algún modo; demasiados cubanos prefieren mirar al lado o hablar bajo. Por eso es más fácil reprimir. El sistema de poder y la política que se hace hoy en Cuba, es cínica en extremo.
Un régimen que, como decía un viejo amigo, «pone policías donde debe poner hombres y mujeres inteligentes», y si puede, acaba con los inteligentes que no sean incondicionales. Porque la inteligencia no es suficiente. Cuando la persona es incondicional del poder, se degrada y hace más daño justo por eso, sea en el ámbito intelectual general y peor, como estamos viendo, en el económico.
Soy de una generación que nació en la Cuba cerrada al mundo real en su diversidad. Crecimos creyendo que el mundo era el caos y nosotros éramos el otro, no perfecto, sino el mejor de los posibles. Somos hijos de una generación frustrada, de la que nacimos los «hombres nuevos», los indiferentes, de doble discurso, de hablar bajo, de confundir la fidelidad a la patria con la incondicionalidad y lealtad a un partido y un líder. Todos somos víctimas.
A los cubanos toca salvar al país y empezar por comprendernos. Porque hay de todo en nuestra sociedad. Cuando alguien no entendió mi postura crítica frente a la represión y mis textos del 2020 y 2021, me llegó un mensaje a través de una amiga de la infancia: «dice mi mamá que te acuerdes de tus padres». Le respondí: «dile que también por ellos lo hago, porque esos sí lo dieron todo y murieron viendo este descalabro». Y digo comprendernos, porque a pesar de que siempre hay represores directos y mentores del autoritarismo devenido continuidad, por absurdo que hoy parezcan los sucesos de tiempos pasados —también siempre ocurre—, miles y miles creyeron en la epopeya, el discurso y las promesas de la época. Bien reza un proverbio árabe: «los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres».
Lo aprendí con mi padre, combatiente desde la Sierra, el Llano y medio mundo. Un día, a inicios de los noventa, intentando demostrarme que Fidel Castro era un genio, me contó que todo lo que les había anunciado a él y sus compañeros antes de salir en misión militar «internacionalista» a un país lejano, ocurrió tal cual lo había descrito: ellos en la vanguardia, por tanto más expuestos a la muerte, aunque siempre sería heroica, podrían quedarse sin parque suficiente y estarían combatiendo mientras los de allá (los nacionales) posiblemente estuvieran en cuevas tomando té, etc.
Reaccioné como un resorte y le espeté: «¿Genio? ¡Es obvio que tenía la información!, ¿y a eso le llamas genio? ¡No, es un soberano HP! ¡Yo tenía siete años cuando cumpliste esa misión, así que pude haber quedado huérfana desde entonces!!» Mi padre me miró fijamente, quedó en silencio y sus ojos se llenaron de lágrimas. Me di cuenta de que nunca se lo había planteado y que yo estaba hiriendo una convicción muy profunda. Nunca más toqué algo relacionado con su historia «internacionalista». En estos días he pensado mucho en él, porque ese país lejano, Siria, se está liberando de una dictadura casi tan longeva como la nuestra.
En un texto reciente, motivado por un post ampliamente elogiado en Facebook sobre Cuba y el mercado, me sorprendió un comentario/testimonio diferente, que nunca fue siquiera respondido. Lo reproduzco para que se capte el espíritu que me impulsó a escribir sobre el tema de la frustración, los procesos mentales que la trascienden y las diversas reacciones. Decía el comentarista:
«¿Tú sabes lo que nos pasa? Que todavía seguimos aferrados al ideal de la revolución que quisimos hacer, aferrados al compromiso de lealtad con nuestros hermanos de lucha, no nos acabamos de convencer de que poco a poco, error tras error, rectificación tras rectificación que no rectifican nada y que al cabo de más de 60 años solo hemos «distorsionado» la economía, la moral, hasta la interpretación del pensamiento de nuestro apóstol (…). ¡¡Coño, hasta cuándo! ¿Es que no nos damos cuenta de que lo único que estamos haciendo es mantener una cúpula privilegiada en el poder mientras que el pueblo se desangra, cada vez más empobrecido psíquica y físicamente, minado por la corrupción, la hipocresía, el cinismo, la indiferencia, el hambre, las epidemias, la desesperanza. Hace más de seis años le escribí sendas cartas al Gral. de Ejército Raúl Castro y al recién designado presidente Miguel Díaz Canel, cuando todavía creía sinceramente que había voluntad política (…) En la carta en esencia expresaba estas ideas con las mejores intenciones y esperanzas, pero no pasó nada (…) una carta de siete páginas hecha por un desconocido, que el único mérito que tenía era haber dedicado en aquel momento cincuenta años de su vida con total lealtad e incondicionalidad a la Revolución.
Ya ahora creo que es tarde, vamos de patinazo en patinazo, de error en error, de explote en explote de personajes. Sinceramente, ya no creo en ninguno. Si mañana levantaran el bloqueo, lo único que pasaría durante muchos años es que los ricos serían más ricos y los pobres un poco menos pobres, pero seguirían la corrupción, el cinismo, la indiferencia y la insensibilidad intactas porque ya nos hemos acostumbrado a no ejercer nuestros derechos, ya no tenemos pensamiento crítico, la demagogia forma parte invariable del lenguaje político y de la vida cotidiana. Habría que arrancar de raíz el pensamiento desmovilizador, cambiar las consignas por ideas, por educación cívica, cultura filosófica, ideales. Cambiar la Constitución tramposa que tenemos. En fin, refundar la República, hacer una Cuba nueva de donde no quisieran irse los cubanos. Una Cuba para orgullo de todos, con todos y para el bien de todos, como la soñó Martí».
No conozco al señor, pero me recuerda a mi padre, que estoy segura estaría asumiendo hoy igual postura. Su testimonio trasluce la generación a la que pertenece y el grado de frustración que la acompaña. Pero también deja en claro que no siempre el inmovilismo tiene que ser el efecto de tanto adoctrinamiento y frustración.
Muestra, además, que el cansancio y el hastío pueden derivar en capacidad para aportar experiencia y legitimidad a la lucha que se libra hoy en defensa de la democracia y los derechos humanos, por una nueva República. Que definitivamente no podrá ser con el actual régimen ni con la clase política parasitaria que gobierna a base de represión, cinismo y manipulación política.
El efecto más útil al país, de la frustración en amplios sectores de una ciudadanía cada vez más envejecida, en un país que se ha estado vaciando de sus fuerzas vivas, no es el inmovilismo sino lo opuesto. Hace mucha falta la labor cívica, arropar y dar sentido de vida a los frustrados y luchar también por ellos.
Hay que comprender los tiempos dolorosos y nunca medibles, porque se trata de seres humanos, que transcurren entre la frustración y la acción contestataria, a la que a mi padre no le dio tiempo llegar. Como expresara una vez el profesor estadounidense Carl Sagan: «Si te someten a engaño durante mucho tiempo, tiendes a rechazar cualquier prueba de que lo es. Porque es demasiado doloroso reconocer, incluso ante nosotros mismos, que hemos sido engañados. Por eso los charlatanes sobreviven y se mantienen en el poder».
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Imagen principal: Sasha Durán / CXC.
RevolucióntotalitarismoDictaduravanguardiaparticipación ciudadana
Ivette García González es Doctora en Ciencias Históricas, Profesora Titular y escritora cubana.

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