Por Kathy Eisenring ()
Basilea.- Anoche tuve un sueño tan realista que me tomó al menos un minuto, cuando desperté, para darme cuenta de que sí, sueño era… lamentablemente.
En el sueño estaba en mi casa, acá en Suiza, cocinando y una amiga de la infancia me llamó para decirme con gritos de alegría “¡Se cayó, se acabó!”. ¿No hace falta dar más detalles, no?
Solté lo que estaba haciendo para dar brincos y gritarle a todo el que pudiera oírme que Cuba era libre por fin. ¡Y de inmediato fui para el teléfono a sacar pasaje!
Luego sucedió ese tipo de cosas que suceden en los sueños, omisión de hechos, y me vi saliendo del aeropuerto de Varadero (curioso que no fuera el de La Habana, donde siempre llego. Inmediatamente paró una guagua llena de gente cantando y llorando de alegría que iba para La Habana y me monté.
El viaje duró lo mucho o lo poco que dura un viaje en sueños pero la emoción no disminuyó un segundo, nos abrazábamos, llorábamos, cantábamos, todos perfectos desconocidos que, de pronto, éramos como familia, unidos por un sentimiento más fuerte que nosotros, por una realidad tan increíble como esperanzadora.
Durante el viaje miré hacia afuera y el ambiente de celebración era el mismo, personas de rodillas dando gracias a Dios, gente abrazándose… Alguien dijo: “¡Y deja que veas cómo está La Habana! Y todos presos. ¡Los encontraron mientras huían!”.
Es lo último que recuerdo, no llegué a La Habana…
Pero después de despertar y lamentar tanto, tanto que fuera un sueño, me dejé de consuelo esta idea que no quiero abandonar de que fue premonitorio, que la realidad será llegar por fin a La Habana, a mi casa, a los amigos y abrazarlos a todos, festejar y agradecer a Dios por permitirme vivir para verlo.
