Por Eduardo González Rodríguez ()
Santa Clara.- Quiero despedir el año con unas décimas de mi amigo Juan Carlos Recio Martínez y con un cuento muy breve que escribí pensando en mis ancestros.
2024 fue un año bueno para unos y malo para otros, así que no me voy a detener en esas virgulillas. Solo quisiera abrazar a cada uno de mis amigos sobrevivientes, buenos amigos, amigos de siempre, a los que de seguro no voy a poder abrazar porque están lejos, o por el cambio climático y los ríos congelados.
A todos, donde quiera que estén, los recuerdo a diario, los cito a diario y, para colmo, los necesito a diario.
Un último consejo para los que estamos adentro: No bajen el escudo ni suelten la espada. Cualquier día, a cualquier hora, la vida empieza de nuevo.
A lo largo de la historia los que prefieren cuidar sus estómagos terminan siendo esclavos. Alguien dijo alguna vez: «Lo peor que conozco, después del esclavo, es el amo», así que saquen cuentas y levanten bien alto la cabeza.
Y nada, aquí les dejo lo único que nos queda, la poesía y la vida.
Un abrazo fuerte, como esos abrazos que uno da antes de partir a la guerra.
COMO UNA SOMBRA ME ESTIBA
En su gloria siempre había
toda la profundidad
con una astucia; ansiedad
que en su pensamiento ardía.
Por su peso padecía
el tiempo muerto en la rama
que fue cortada y la llama
de mis ojos asombrosos
se quemaron misteriosos
y la ceniza en su cama.
Después la vi de letargo
comía mis interiores
y disecaba con flores
sobre un sentimiento amargo
desnuda como si en Argo
la dulzura boca arriba
fuese de una puerta esquiva
furia de su exclamación
que ubica resignación
su sombra cuando me estiba
Se llevó los trastes viejos
la paciencia de mis días
hizo el tizne con las frías
láminas de los espejos
(trazos y memorias), lejos
de las sublimes tranqueras
animal de mis ojeras
descorrida en la mirada
era un árbol de mi nada
donde cuelgan a esas fieras.
La vi una tarde sin vía
muerta sobre su retreta
como sol en la cuneta
donde no pasa un tranvía.
Rota ya su algarabía
su cara de teja intrusa
era por costura ilusa
el mapa de un taconeo
también oscuro deseo
que dibujaba en su blusa.
Y ahora cuando se me instala
su piel de muerta, cansina
es la luz que por neblina
se quema sobre mi ala.
Ella de copa y escala
desciende hasta donde soy
muestra en la sombra que doy
a un cuerpo que ya es un tren
metida cual si en la cien
me toca una bala hoy.
Recio Juan Carlos.
EL AHORCADO
Mi bisabuelo fue un bandido, un violador famoso por la zona de Pavón. Dicen que alguien le robó a su mujer en un baile y por eso se desquitaba con la hembra de cualquiera. Nadie pudo arrancarle el sombrero ni las botas el día que lo ahorcaron. La familia no se atrevió a llorar por miedo a la guardia rural. Había orden de apresar al pariente que se atreviera al consuelo de las lágrimas. Pero hay memoria de que algunas violadas sí lloraron, incluso, en presencia de sus maridos. Y fue muy extraño, porque esa noche ninguna de ellas durmió en el calabozo.