UNA HISTORIA PEQUEÑITA

LECTURASUNA HISTORIA PEQUEÑITA

Por Tania Tasé (9

Berlín.- Tokio, 1993: A los japoneses les resulta bastante difícil pronunciar el idioma inglés. El hombre del que escuché este relato, era un adolescente de 12 años en 1993 y asistía a una escuela secundaria.

Allí tuvo un profesor de inglés que hacía cosas muy curiosas cuando impartía su lección: se encaramaba en las mesas y caminaba por ellas, hacía muecas a sus alumnos y trataba de divertirlos. Reía y hacía reir a todos, mientras sus ojos tenían una expresión seria y triste que hacía un contraste muy fuerte con sus carcajadas. Iniciaba cada lección con la frase: «La vida es maravillosa «.

Esto es un estilo, cuando menos curioso, en un profesor japonés ya cercano a los cuarenta años de edad. Aún así, los alumnos no sólo se divertían, sino también aprendían inglés.

El alumno hubiera olvidado completamente esto, si no se hubiera encontrado con su maestro, casi anciano, treinta años después de haber terminado la escuela secundaria. Se saludaron con mucho respeto y hablaron de los viejos tiempos. El hombre joven preguntó al mayor por qué tenía ese modo tan particular de enseñar. El viejo lanzó un suspiro y después de un rato contó que en esa época había muerto de leucemia su joven esposa. Era también maestra.

Mientras ella agonizaba, él estuvo arrodillado muchos días a los pies de su cama. Su mano agarrada a la mano pequeña de su esposa. En un momento el miedo de perderla le fue tan insoportable, le era tan difícil imaginar siquiera una vida sin ella, que juró matarse cuando llegara su último respiro. El suicidio es algo bastante extendido en Japón y no pocas veces su causa es por cuestiones de honor. Y nunca, pero nunca mencionan en vano esa palabra.

Entonces ella le dijo que él debía seguir viviendo y continuar haciendo lo que ambos más amaban: enseñar. Le pidió, ella que moría sin remedio, que viviera, que enseñara a los niños y que los hiciera reir. Ella opinaba que muchos niños son demasiado serios y debían sonreir más. También le suplicó que enseñara a los niños que la vida es maravillosa, aún en los momentos de más pena y dolor, la vida es maravillosa.

Siguió repitiendo esa frase hasta que cerró sus ojos por última vez.

Y así fue como el viudo, roto de tristeza vivió los próximos treinta años: enseñando, haciendo reir a los niños y repitiendo que la vida es maravillosa.

El exalumno sintió mucha vergüenza de haber creído por mucho tiempo que este hombre pequeñito de estatura era un payaso tonto. Le hizo una última pregunta, quería saber si se arrepintió alguna vez de no haberse «ido» con su esposa.

El maestro lo pensó un poco y le contestó que no, porque la vida es maravillosa. Lo había aprendido de su amor.

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