Por Jorge Sotero ()
La Habana.- A Manuel Marrero y la cúpula dirigente cubana les parece exagerado -e ilegal- que sus compatriotas que viajan al extranjero regresen al país con medicinas, alimentos y otros productos para venderlos a la población, y acaba de decir que su gobierno tomará medidas para impedirlo.
A Marrero, que no le falta nada, habría que recordarle que los vietnamitas, cuando se acabó la guerra con Estados Unidos, le dijeron a la población que todo el que saliera del país llevara consigo lo que pudiera para que el resto tuviera acceso a productos con los que no cantaban tras la dura contienda contra los norteamericanos.
«Hay que abrir las puerta -decían los dirigentes vietnamitas- y si entran bichos, no importa, porque entrará la brisa». Y en unos años, el país devastado por una guerra tremenda comenzó a dar las primeras señales de recuperación, hasta convertirse en lo que es hoy, con un PIB disparado, aunque con un partido comunista al frente.
Los vietnamitas sabían que ellos, como gobierno, no podían resolver los crecientes problemas de la población y les permitieron a las personas que actuaran como comerciantes, todo lo contrario a lo que piensa Marrero que sería ideal para Cuba.
No hay comida en Cuba, y el gobierno no permitirá que la gente importe enlatados, jamones, quesos, derivados lácteos, confituras, aceites comestibles, porque siempre aparecerá uno que lo venda a sobreprecio, como si ellos -los que gobiernan- en sus tiendas, no vendieran a dos, tres, cinco o 10 veces el precio de compra, sin importarle que la inmensa mayoría de los cubanos no pueden comprarlos.
No hay medicinas en Cuba. Ni material de sutura para operaciones, a veces ni anestesia, ni nada para operaciones oftalmológicas, ni odontológicas, y entonces Marrero no quiere que la gente lo importe para luego venderlo y, de paso, salvar alguna vida. Prefieren los gobernantes cubanos que las personas mueran en los cuerpos de guardia, se queden ciegos, que haya que ponerles tablillas de cartón a los que tienen roturas de huesos.
A ellos no les importa, porque todos sus problemas, incluyendo los de salud, los tienen resueltos.
Tampoco le preocupa a Marrano que la gente no tenga zapatos, si ellos los usan buenos, de marca. O que no tengan calzoncillos, almohadillas sanitarias o cualquiera de esas cosas que las personas necesitan, porque ellos tienen. Si él quiere acabar con los comerciantes, que no intermediarios -porque ese nombrecito raro se lo buscarán para demeritar los que hacen- que abarrote las tiendas de productos, que permita que consorcios foráneos encargados de comerciar abran negocios en Cuba.
Nuestra isla es hoy uno de los países más depauperados del mundo y el sitio donde menos oferta de productos hay, y no solo alimentos, sino de todo lo que en un mundo normal se vende y se compra, desde autos hasta alfileres, pero todo eso le parece mal a los que gobiernan.
Al final, la vieja promesa de salir de la pobreza, la misma promesa que han hecho por más de seis décadas y media, la han cumplido. Ellos, los hijos de ellos, y sus familiares, ya salieron de la pobreza. Para ellos no hay apagones, sobran los manjares en sus mesas y no solo en los días de cumpleaños o la Nochebuena, y tienen autos para moverse, combustible cuando lo necesitan, además de vacaciones en villas, playas, hoteles de lujo, o cacerías en vedados a los que la mayoría de los cubanos no pueden ni entrar.
Marrero, los Castro, el Díaz-Canel de turno, y todos esos que viven a costilla del sacrificio del pueblo son la carga pesada del país, los que engordan los precios, los culpables de la escasez, los que hacen que los precios se disparen, y los que provocan el malestar diario de la población.
Al final, el pueblo cubano se va a levantar contra los opresores, y mientras más le aprieten la mano, más rápido ocurrirá el alzamiento definitivo. Marrero y la aduana se encargarán. Vivir para ver.