Por Laritza Camacho ()
La Habana.- Hoy la tengo en la mente de tantas maneras a mi madre, con su luz de ángel, ha estado abrazando mi tristeza, tratando de consolar mi impotencia, mi sed de justicia y entendimiento.
La siento a mi lado, está en silencio como si ella tampoco tuviera la respuesta; pero, madre al fin, no me abandona.
Navegando por la red, encuentro la publicación de una foto, una máquina de coser igual a la de mi madre y el recuerdo me llevó hasta aquel día.
Mami tenía un compromiso de costura y se levantó a las 4 am para adelantar. Ella y yo dormíamos en el mismo cuarto donde estaba la máquina, así que yo también me desperté, aunque seguí remoloneando en la cama. Nos tomamos un café (para nosotras el café siempre vino bien a cualquier hora) y mi madre se dispuso a trabajar.
La máquina no sonó en una hora, tampoco en dos y mi madre empieza a molestarse sin poder ensartar la aguja.
-¿Te ayudo mami?
– No, ella no va a poder conmigo…
-Déjame ayudarte…
– No.
– Bueeeeno…
Otra hora casi y, al filo de las 7 am mi mamá rompe en llanto y blasfemias, de esas cómicas de ella.
-Ttengo un chino encuero atrás, la hijeaeputa esta que se huele cuando estoy apurada, la voy a picar pa’ leña».
Me levanto y pongo orden.
-A ver, quítate de ahí y déjame sentarme para ensartar la máquina.
Bastó una ojeada para darme cuenta del problema. No era mi mamá, ni su corta vista, no era la pobre máquina jodiendo, simplemente era que la aguja estaba partida y había perdido el ojo.
Ese día cambié la aguja y a coser se ha dicho.
Hoy te entiendo madre, encontraste la anécdota justa para mi día, todo perfecto, desde la risa que provoca este recuerdo hasta la moraleja.
Me sigues haciendo tanta falta madre querida. Gracias por darme la vida, la fuerza para vivirla y el sentido común para darme cuenta de cuándo es tiempo de cambiar la aguja.