Por P. Alberto Reyes Pías ()
Isaías 9, 1-3.5-6: El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz.
Camagüey.- La Navidad es siempre un tiempo de alegría, de gozo por el nacimiento del Salvador, pero no podemos desligar esta fiesta del momento que está atravesando nuestro pueblo.
Esta es tal vez la Navidad más dura de nuestra historia, no sólo por la precariedad de la vida, por las escaseces de todo tipo, por una cotidianidad que se ha convertido en una carrera de obstáculos y una continua lucha por la supervivencia, sino también por la incertidumbre, por no poder anticipar qué va a suceder con este país, ni cuándo, ni cómo.
La incertidumbre de no saber cómo será el futuro de nuestros hijos y nietos, un futuro que no queremos que sea como nuestro presente.
La Navidad nos vuelve la mirada al Dios que viene a caminar con nosotros, al Cristo que en todo momento confió en su Padre y optó por hacer el bien y defender la verdad.
Y creo que aquí se encierra el mensaje al cual, como pueblo, necesitamos mirar.
Necesitamos creer, creer que Dios camina a nuestro lado, que Dios está pasando por este pueblo, y su paso siempre es liberador. Creer que Dios no da una puntada sin hilo, que Dios no permite sufrimientos inútiles, que Dios tiene un plan sobre este pueblo, y que, en su momento, se manifestará, y cuando eso suceda, nada ni nadie podrá detener su designio de amor sobre nosotros.
Es verdad que este proceso es ya muy largo y estamos cansados, pero no podemos dejar de creer en el Dios que no abandona, en el Dios que nos ama y sabe lo que hace.
Y mientras esa manifestación llega, necesitamos aprender a elegir el bien, a no ser parte del mal, a decidir no participar en el mal social que nos rodea: el egoísmo, la insolidaridad, el maltrato, el abuso, la mentira… Es importante reconstruirnos desde el bien y enseñar a nuestros hijos a construirse desde el bien, porque es lo único que puede hacer surgir una patria realmente nueva.
Y necesitamos aprender a elegir y a defender la verdad. Tal vez mucho de lo que hoy padecemos lo debemos a no haber elegido la verdad, a haber asentido cuando queríamos decir que no, a haber alzado la mano a favor cuando en realidad estábamos en contra, a hacer mentido sobre lo que creíamos y sentíamos por miedo o por conveniencia momentánea.
Necesitamos aprender a vivir desde la verdad, y a enseñar a nuestros hijos a hacerlo. ¿Qué esto da miedo? Mucho. ¿Qué la verdad puede tener precios? Es lo más probable, pero es el único modo de empezar a romper nuestras cadenas, y de darnos cuenta de que cuando queremos “proteger” a nuestros hijos incitándolos a no decir la verdad, en realidad los estamos ayudando a construir su propia cárcel.
Que esta Navidad fortalezca la certeza de que Dios no se ha olvidado de este pueblo, y haga renacer en nosotros el deseo profundo de vivir desde el bien y la verdad, incluso en los momentos duros de nuestra cotidiana cruz.