Por Joel Fonte
La Habana.- El llamado Reino del Terror desatado por Maximiliano Robespierre en la etapa más oscura de la Revolución Francesa, palidece ante el que fue sin dudas el hecho más vil atribuible a la revolución bolchevique en sus comienzos, y a Lenin en particular: el asesinato de los Romanov.
Ni los cerca siete millones de muertos que dejó la Guerra Civil Rusa causo tanta conmoción, por la frialdad que mostró aquel régimen en su resolución de no ceder el Poder.
La vieja familia imperial, con el Zar a la cabeza y tras su derrocamiento unos meses antes, vivía confinada en una pequeña casa de Ekaterinburg, apenas sin alimentos y bajo la custodia de las fuerzas y autoridades militares de la ciudad.
En la medianoche del 16 al 17 de julio del 1918, presuntamente por órdenes del mismo Lenin, toda la familia fue despertada bruscamente y trasladada violentamente al sótano de la casa, donde sin más trámite que la rápida lectura de una resolución que disponía sus muertes, recibieron las descargas de fuego de un pelotón de la policía secreta bolchevique.
Fueron asesinados en solo segundos, sin tiempo siquiera de abrazarse padres e hijos, el Zar Nicolás Romanov, la Zarina Alexandra,, sus hijas Olga, María, Tatiana y Anastasia, y el pequeño Alexei, de 13 años.
Los cuerpos, luego de baleados y mutilados, fueron bañados en ácido y luego quemados, para ocultar el horrendo crimen.
Por años, en las sesiones del mal llamado Parlamento cubano, la figura de Martí fue relegada por la preeminencia del líder bolchevique y del padre del comunismo: Carl Marx.