EL JUEVES ROBARON EN MI CASA, Y EL VIERNES TAMBIÉN

CUBAEL JUEVES ROBARON EN MI CASA, Y EL VIERNES TAMBIÉN

Por Oscar Durán

La Habana.- En menos de un año, han robado tres veces en mi casa. La primera vez fue hace siete meses. Entraron por el patio, abrieron la puerta de la cocina y agarraron la balita del gas, una olla de presión eléctrica y la cafetera. La segunda vez fue el pasado jueves. Y la tercera, ¿a qué no adivinan?: el viernes, seis horas después de que Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel marcharan por el malecón habanero con cuatro gatos a sus espaldas.

Mi madre, la pobre, desde el sábado está tomando Enalapril como si estuviera comiendo champola de mamoncillo. No se le estabiliza la presión. Ella vio al ladrón en el último robo. Le dijo “maricón”, “hijo de la gran puta”, pero el salvaje ese agarró del refrigerador cinco libras de carne de cerdo -la comidita de fin de años comprada con un enorme sacrificio-, un paquete de salchichas y salió como una bala por todo la calle Martí de un pueblucho llamado Manzanillo.

En los tres robos, se hizo la denuncia. La policía siempre llegó ocho horas después, tomó huellas y se despidió en 30 minutos con un mensaje claro: “nada más sepamos algo, avisaremos al momento.”  Siéntate a esperar tranquilo, cubano. Los resultados estarán -con tiempo- dentro de 62 mil milenios. De verle la cara a los patrulleros y los peritos, te das cuenta de que estamos en presencia de vendedores de aromatizantes de La Cuevita, con uniforme de la PNR. 

Como comprenderán entonces, mi familia no duerme desde el jueves. Estamos en presencia de una nueva conquista de la revolución: justicia con tus propias manos. Si yo cojo a alguien robando en mi casa, lo voy a matar. Así, literal. Tengo un bate de aluminio de 34 pulgadas destinado para eso. Yo iré preso, pero le voy a volar la cabeza al que agarre dentro de mi casa. Si la prioridad en esta asquerosidad de país es perseguir al opositor y no al ladrón, pues a desgraciarse la vida y que salga el sol por donde salga.

Ni en el Período Especial las cosas estuvieron como ahora. Esto es una película de terror. Entre apagones, robos y enfermedades, no sé a dónde vamos a parar. ¿Se acuerdan cómo hace unos días la dictadura sacó músculo diciendo que hizo una redada y cogió a una pila de delincuentes? Bueno, después de eso, los ladrones se multiplicaron en mi barrio, a tal punto de que el jueves robaron en mi casa, y el viernes también.

Vuelvo a mi madre, una señora de 78 años, encorvada, arrugada, sin  fuerzas. Ya no duerme en las noches. Va arrastrando su tristeza por toda la casa. Cada 15 minutos se para de la cama, abre un poco la ventana y mira al patio a ver si hay alguien. Me da lástima ver a mi vieja así, una licenciada en economía, Vanguardia Nacional por siete años consecutivos y comunista a rajatabla.

“Es preferible vivir ahora mismo en Palestina y no en este infierno. Por lo menos allá solo debemos cuidarnos de las bombas; aquí de ratas y de gente desalmada», me dice.

Es curioso cómo los ladrones en este país terminan acabando con la vida de las personas sin tocarles un dedo. Si mañana roban en mi casa de nuevo, a mi vieja le da un infarto o se me jode de los nervios. Sin embargo, ellos -los ladrones- continuarán con su rutina, inspirados por el hambre y la necesidad. Nosotros -las víctimas- estaremos en una cárcel, o bajo tierra. Cualquiera de estas dos cosas -la cárcel o la muerte- serían un acto de suprema justicia en una isla rodeada de policías analfabetos, mendigos, ladrones… y de gobernantes de mierda.

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