Carlos Cabrera Pérez
Majadahonda.- La supuesta participación de medio millón de cubanos en la reciente Marcha del pueblo combatiente ha vuelto a desatar las pasiones encontradas de cubanos, con descalificaciones mutuas, que llenan de gozo a la casta verde oliva y enguayaberada.
Mientras unos cubanos se enfrenten y ataquen a otros por sus simpatías políticas, el gobierno dormirá tranquilo, porque para distraer a la gente de sus verdaderos problemas ya tiene la Oficola y la UNE, los anuncios-mentiras cíclicos y las bolas revolucionarias sobre salves mágicos que siempre están a la vuelta de la esquina, pero sin saber cuál de ellas esconde al Hombre de la Casa Prado.
La gente seria y sensata no concibe que en el siglo XXI no puedan convivir más de un partido, una prensa de diferentes signos y que un país empobrecido deba soportar la carga financiera de estructuras políticas hipertrofiadas, como la CTC, que es la peor enemiga de los trabajadores cubanos; como la ANAP de los campesinos.
El propio nombre de la marcha, surgido a raíz de la estampida por el Mariel, en 1980, es otra muestra dela pertinaz decadencia del tardocastrismo, vacío de ideas, oportunista y repetidor de consignas huecas que nada o poco dicen ya a los cubanos; hastiados de tanto combatir para matarse a si mismos a plazos traicioneros.
Los cubanos emigrados; a salvo ya de la maldad castrista, deberían moderar sus críticas hacia sus hermanos, esos que fueron llevados en guaguas y camiones a la marcha y arreciar el cuestionamiento de los personeros de la dictadura, unos seres acomplejados y frágiles hasta a pared de enfrente.
Todo el tiempo que un ciudadano cubano emplea para procurarse alimentos, gestionar un documento o transportarte de un sitio a otro en un país chiquitico es ganancia neta para el poder, pero si a tanta fatiga, le sumas una bronquita por cada acto público pro tiranía, la jugada está cantada.
Detrás de cada expresión de apoyo a la revolución -sea auténtica o no- y de cada sonrisa, en Cuba suele haber una o más ilegalidades, no porque el cubano sea delincuente crónico, sino porque el comunismo de compadres los quiere en la frontera entre el invento y la simulación para partirles el tentén cuando convenga.
Aun cuando el medio millón de asistentes sea una cifra real -antes el DOR tenía un equipo que contaba a las personas por metro cuadrado de espacio ocupado- la cifra no es relevante y carece de efecto legitimador del genocidio que padece Cuba a manos del gobierno.
Los discursos y juramentos totalitarios no producen libertad, papas ni carne de res; solo refuerzan la angustia y la infelicidad porque los intereses de la casta verde oliva y enguayaberada son radicalmente diferentes a los de esos cubanos con pupilas tristes que siguen sin entender qué pasó con tanta dicha pagada por los soviéticos.
De hecho, la propia ansiedad que muestra el régimen en exhibir éxitos, el lenguaje verbal maniqueo y la tensión no verbal, revelan las carencias de una tiranía agotada, desprestigiada y en vilo perenne; como confirman las continuas apariciones de Raúl Castro, su participación en la marcha del Malecón y su exhorto en la Asamblea Nacional para que sus subordinados juntaran las manos; solo les faltó entonar Canción con todos, de la desaparecida Mercedes Sosa para evitar la imagen de abundante ingesta de cáscara de marabú.
En los últimos catorce quinquenios, Cuba no ha sido feliz con las cifras politizadas, como aquellos 20 mil muertos de Batista que fue un invento de Bohemia, aprovechado oportunistamente por el nuevo poder; o el millón de cubanos en la plaza, que fue autoría de Carlos Franqui, siendo director del periódico Revolución, y la riada ha seguido imparable hasta ahora mismo, con datos de las zafras, cosechas, cumplimiento de planes exitosos, fallecidos por dengue, coronavirus, mortalidad infantil y otras picardías matemáticas.
De la mandancia, el más pintón fue el compañero Díaz-Canel, ataviado con popis y pulóver de afuera; muy coloridos, jugando con los colores de la bandera nacional, que es otro simulacro de los combatientes porque nunca la nación ha sido más dependiente que ahora; como demuestra la angustia de Gaesa por las remesas y los esfuerzos baldíos por encontrar turistas hasta en el Polo Norte.
Marrero, con muletas, fue el mejor símbolo de la marcha del proceso; el compañero primer ministro debe tener alguna deuda con San Lázaro, pues hace unas semanas apareció con un brazo en cabestrillo y ahora anda cojo; pero no se atrevió a faltar al show, con Raúl Castro; vestido de cadete, y Machado Ventura, de delegado del Congreso campesino en armas.
En fin, que estas cosas con Fidel no pasaban, aseguran los veteranos de la nada cotidiana.