Por Pedro Emilio Pérez ()
La Habana.- El problema de Cuba no es solo una crisis energética; es una crisis sistémica, el colapso de un barco que se hunde mientras la orquesta continúa tocando.
La dictadura intenta convencernos de que los apagones y la escasez son problemas técnicos o imprevistos, pero sabemos la verdad: Cuba es un barco cuyo capitán y oficiales han saqueado sus propias bodegas. Han robado las tablas para reparar el casco, vendido las velas y hasta la comida de los pasajeros. Han descuidado su estructura y destruido el ancla, dejando a la deriva un país que se hunde en la miseria. Ahora intentan poner parches aquí y allá, pero ya nada detiene el hundimiento. Mientras tanto, la orquesta sigue tocando para distraernos, como si no supieran que el barco está condenado a naufragar.
Esta catástrofe no es el resultado de errores fortuitos, sino de una dictadura corrupta, experta en robar, pero incapaz de dirigir un país de manera democrática. Los cubanos debemos comprender que el verdadero problema no está únicamente en la falta de electricidad o en la escasez de alimentos, sino en el control absoluto que el régimen ejerce a través de estas carencias. Como los pasajeros de ese barco que se va a pique, nos mantienen ocupados con nuestras necesidades básicas para que no miremos el panorama completo. Nos distraen para que no nos preguntemos por qué, en lugar de llevarnos a tierra firme, nos condenan a hundirnos con el barco, mientras ellos se aseguran sus botes salvavidas y huyen como las ratas que son.
Es hora de que cada cubano deje de preguntar cuándo habrá electricidad o cuándo llegarán alimentos a las bodegas. Debemos cuestionar por qué tenemos que vivir de las migajas que el régimen nos arroja como si fueran favores. ¿Por qué un pueblo trabajador y talentoso debe resignarse a la pobreza y la precariedad, mientras la cúpula del poder se enriquece? Este sistema que nos impusieron no refleja nuestros sueños ni nuestras aspiraciones. Cuba es una cárcel flotante.
Es momento de reclamar libertad, un derecho legítimo consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. ¿Hasta cuándo vamos a esperar que alguien más venga a liberarnos? Nadie lo hará por nosotros. La libertad no llegará con donaciones del exterior ni como un milagro que nos rescate del sufrimiento. Esa es la dura verdad: si no luchamos nosotros mismos, si no nos levantamos juntos como pueblo, seguiremos siendo prisioneros en nuestra propia tierra.
Por décadas, muchos cubanos han intentado escapar de esta pesadilla, cruzando mares y fronteras en busca de una vida mejor lejos de la opresión. Pero con el cambio de administración en Estados Unidos, se vislumbra una política de fronteras más cerradas. Esto pondrá fin a la opción de huir, forzándonos a enfrentar la realidad de nuestro país y a erradicar el problema en nuestras propias calles. No podemos seguir escapando ni darle la espalda al futuro de nuestros hijos, de nuestras familias y de Cuba.
Cada cubano tiene el derecho y el deber de luchar por su felicidad, por su libertad y por su futuro. No es normal ni justo vivir en un sistema que nos condena a la miseria para perpetuar su poder. Es momento de reflexionar más allá de las necesidades inmediatas y atacar el corazón del problema: un sistema que priva a todo un pueblo de la oportunidad de construir su propio destino.
Las respuestas llegarán con la libertad y la democracia. No debemos dudar: al otro lado del miedo está la Cuba que soñamos. Una Cuba libre y próspera, una tierra firme donde cada persona pueda vivir con dignidad y sin opresión. Los dictadores parecen gigantes solo porque los miramos de rodillas. Es hora de ponernos en pie y recordarles que el poder real está en el pueblo, que el futuro pertenece a una nación libre y soberana.
Es crucial entender que el momento de la dictadura para demostrar su capacidad de gobernar ya pasó, y lo desperdiciaron. Han tenido más de seis décadas para sacar adelante a Cuba, y lo único que han logrado es llevarnos al borde del abismo. Cada día que permanecen aferrados al poder nos hacen más pobres, no solo en términos económicos, sino también en espíritu, en dignidad y en esperanzas para el futuro. Su tiempo terminó; no tienen nada más que ofrecer excepto miseria y represión.
Ya no podemos seguir siendo víctimas de sus promesas vacías y su constante fracaso. Si no supieron gobernar en tiempos de abundancia, mucho menos podrán hacerlo ahora, cuando el país está en ruinas. Cada día que prolongan esta agonía, hunden más profundamente al pueblo cubano en la pobreza, desmantelan lo poco que queda de nuestra infraestructura y erosionan aún más los valores que alguna vez hicieron grande a nuestra nación. Su incapacidad no es coyuntural ni producto de circunstancias externas; es estructural y sistémica, inherente al régimen que representan.
Por eso es imperativo que abandonen el poder. No hay solución posible mientras ellos sigan al mando. Su permanencia solo alarga el sufrimiento de un pueblo que ya no puede esperar más. Cuba necesita libertad, democracia y líderes que estén a la altura de las aspiraciones de su gente, no a la altura de su propio ego y avaricia. Cada día cuenta, y cada minuto que pasan en el poder nos cuesta años de reconstrucción y recuperación. La salida de la dictadura no es solo deseable; es indispensable para que nuestra nación pueda renacer.
No hay tiempo para esperar. Esta es nuestra hora, pueblo cubano. Levantémonos y no nos conformemos con menos de lo que merecemos: la libertad plena.