CUBA: EL SUFRIMIENTO COMO HERRAMIENTA DE CONTROL

CUBACUBA: EL SUFRIMIENTO COMO HERRAMIENTA DE CONTROL
Por Eduardo Díaz Delgado ()
La habana.- Cuba atraviesa hoy la peor crisis económica desde la Fundación de la República en 1902. En un país donde no hay recursos ni siquiera para que las ambulancias trasladen a los enfermos a los hospitales, el gobierno de Miguel Díaz-Canel se permite el lujo de gastar ingentes recursos en su propaganda, la que sostiene la ilusión de un apoyo popular que, en realidad, es menor que nunca.
En lugar de buscar soluciones reales, el régimen insiste en desviar la atención hacia el bloqueo como causa de todos los males. Pero la verdad es que esta crisis tiene mucho más que ver con las políticas internas del propio gobierno.
Desde 2019, la administración de Díaz-Canel ha llevado a cabo un desmantelamiento deliberado de las fuerzas productivas nacionales. La distribución de las inversiones estatales ha sido un desastre: se priorizan proyectos improductivos (inversión hotelera sin turismo) o propagandísticos, mientras la agricultura, la industria y los servicios languidecen sin recursos ni incentivos.
Con cada nueva regulación, el Estado ha sofocado cualquier posibilidad de que el país produzca con sus propios recursos, consolidando una dependencia casi total de las importaciones. Este modelo, que el gobierno llama cínicamente “exportación dentro de fronteras”, fuerza a los cubanos emigrados a enviar remesas para sostener a sus familias, recursos que luego el Estado captura a través de un sistema dolarizado al que la mayoría de los ciudadanos no tiene acceso.
Además, el gobierno ha eliminado lo poco que quedaba de la narrativa que mantenía un precario equilibrio: la redistribución a través de los subsidios. Si antes los cubanos trabajaban por migajas, al menos podían adquirir algunos productos esenciales a precios subsidiados. Hoy, ni siquiera eso. La eliminación de los subsidios ha dejado al pueblo sin red de apoyo, exponiendo el abuso sistemático de un régimen que sigue explotando al pueblo, pero ahora sin ofrecerle nada a cambio.
El engaño se profundiza con las supuestas aperturas económicas, que no son más que una trampa. En los últimos años, muchos cubanos confiaron lo poco que tenían en abrir pequeños negocios, alentados por la promesa de cambios que nunca llegaron. Cuando esos negocios comenzaron a estabilizarse, el gobierno cerró las puertas, imponiendo nuevas restricciones o directamente desmantelándolos. Esto no solo ha arruinado a miles de familias, sino que ha eliminado cualquier posibilidad de confianza futura en un régimen que traiciona a quienes más trabajan.
Sin esa confianza, el panorama económico es aún más oscuro que el presente.
Contrasta profundamente la realidad del pueblo cubano con la de los familiares de los dirigentes del régimen. Mientras se convoca a los cubanos a marchar por una causa que no les soluciona sus problemas, los hijos y nietos de estos líderes, que han hecho de la corrupción su emblema, llevan vidas de millonarios. Para ellos no existe bloqueo. Han utilizado dinero de origen desconocido, pero claramente ligado al sufrimiento del pueblo, para convertirse en la única clase rica permitida en Cuba. Ellos disfrutan de lujos inimaginables mientras el cubano promedio lucha por un plato de comida.
Mientras tanto, el gobierno no solo niega su responsabilidad, sino que utiliza la crisis como un arma. Porque un pueblo que lucha día a día por sobrevivir es un pueblo más vulnerable, incapaz de enfrentar los abusos. El sufrimiento no es un efecto colateral; es una herramienta de control. El modelo económico actual está diseñado para perpetuar esta miseria, porque la crisis garantiza la dependencia de las remesas y, con ello, la supervivencia del régimen.
Cuba no está en esta situación por el bloqueo, sino por las decisiones de un gobierno que prioriza su poder sobre el bienestar de su pueblo. En el peor momento económico desde 1902, el régimen invierte en propaganda mientras la gente carece de lo más básico. La revolución, que alguna vez prometió justicia social, hoy es un sistema de abuso institucionalizado, sostenido por mentiras, corrupción y el sufrimiento de su gente.

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