Por Saily Alba Álvarez ()
Sancti Spíritus.- A las seis de la mañana quitan la electricidad, a veces antes. A esa hora ya tenemos el café listo, la merienda y tal vez algo de comida adelantada.
Levantarse de madrugada ya es costumbre porque no tenemos gas hace meses. Estamos en una lista interminable para que nos vendan una balita que irremediablemente se acabará y volveremos a las mismas.
Cada mañana se aglomeran cientos de personas en la cola del gas que esperan el milagro de su turno para acceder al preciado líquido. Para las emergencias tenemos carbón y ya también es muy normal, muchas personas lo usan.
Sobre las diez de la mañana, o más tarde, vuelven a poner unas horas de electricidad, no muchas, tres cuando más, luego olvídate de ella. La oscuridad lo va envolviendo todo y no hay lámparas recargables que iluminen tanta penumbra, tanto silencio.
A las seis de la tarde el barrio es un desierto, no hay nadie en las calles ni se escuchan voces. Ya los niños no pueden ni jugar ni estudiar. No hay luz. Comemos silenciosos lo que podemos, jamás lo que queremos y creemos que estamos bien porque nunca nos ha faltado el plato delante, pero no estamos bien, tenemos hambre de todo, hasta de vivir.
Nosotros cargamos con el hambre nacional y soñamos con leche, yogurt, carne de puerco, pastas, refrescos y seguimos andando, con una vida real en la mente y una muerte del alma en la realidad, porque el hombre que comprende que no alcanzará sus sueños a través de un salario infame, va mueriendo porque la esperanza y los sueños son quienes te mantienen despierto.
Ya no podemos ver la televisión, ni escuchar música, porque a las siete se acaba el día y nos acostamos y nos dormimos y como a las diez de la noche la ponen y ya no quiero ni levantarme a encender a los equipos.
A las diez ya tengo mucho sueño y sigo durmiendo hasta la madrugada en que repito el mismo ciclo, interminable, al vacío.
Los culpables, los de allá y los de acá han ganado. Nosotros, los de abajo, perdimos y si alguien cree que o siente que es diferente a lo que cuento, ese alguien no padece ni sufre de oscuridad.