Por Guillermo Rodríguez Sánchez ()
Ciego de Ávila.- Hace tres días me escribió por messenger una muchacha y me dijo «pasa por mi casa a buscar un dinerito para el caso de la maestra avileña que tiene la mamá enferma y la vivienda en pésimas condiciones».
«Ahh y anónimo por favor, no quiero que digas quien soy».
Entre una cosa y otra del día a día casi se me olvida, pero lo recordé ya de noche y fui a recoger el mandado monetario.
Cuando llegué ocurrió algo tan triste como bello, aquella mujer sacó delante de mi una cajita de cartón, de esas de zapatos que en ocasiones guardamos y me dió 1500 pesos.
Ya le estaba agradeciendo y casi me iba, cuando la hija de unos cuatro años que estaba en el sofá mirando atentamente la escena, me suelta tiernamente «ese dinero es para mis zapatos pero dice mi mamá que hay que ayudar a una viejita, te lo regalo».
Fue como si me dieran con una mandarria de 40 libras por la cara, quise devolverle, quise soltarlo e irme corriendo, quise abrazarla y decirle que un millón de gracias pero no… pero me contuve, pude comprender que el desaire sería mucho más desagradable y que no tenía derecho a romper ese gesto de altruismo supremo.
Y me fui, pensando en silencio cuánto de buena tiene la gente en Cuba aún en medio de sus tantas necesidades, me fui dolido y feliz a la vez, una mezcla rara de culpa por tomar aquello y de dicha por comprobar que la bondad pura existe.
Llevo tres días con ese episodio dándome vueltas en la mente, con esa espina clavada, molestando en la conciencia.
Hoy se lo comentaba de pasada a una amiga que tiene una mesa de bisutería en el bulevar y casi llora, y ella a su vez se lo dijo a otra que tiene una percha de ropa infantil.
Y esa última de repente hace un rato la llamó y le dijo «ven a recoger una cosita, dásela a ese muchacho y que se lo lleve a la niña, si no le sirven se los cambio, pero estimé por la edad, deberían quedarle».
«Ahh y no le digas quien soy, anónimo».
Quiso la casualidad que le quedaran perfectos, quiso el destino que una charla llevara a otra… y luego eso a este lindísimo episodio de karma positivo multiplicado.
Ojalá leas esto, mujer que regalaste los zapaticos. Que tu negocio sea próspero siempre, sepas que mientras la niña sonreía gozando la papeleta al sentir como los zapatos sí le servían, la mamá lloraba agradecida diciéndome «jamás podría haber reunido para unos así».
«Sin fotos por favor», me dijo, y la entendí al instante, una vergüenza maternal del no poder dárselo todo a su nené…
No hay fotos de ellas, pero sí de los zapatos, ahí te la dejo. ¿Bellísimos verdad?