Carlos Cabrera Pérez
Majadahonda.-
El presidente Joe Biden, criticado hasta por algunos de los suyos, ha mantenido inalterable su política frente a la dictadura más vieja de Occidente; haciendo caso omiso a las presiones del ala izquierda estudiantil y woke del Partido Demócrata, a Agentes de influencia y gusañeros, empeñados en reeditar un embullo Obama con quienes despreciaron la generosa oferta de su antecesor en la Casa Blanca.
Cuando Biden ganó, los empinadores de papalotes en almíbar comenzaron a presionar de manera descarada para que le pasara la mano por el lomo a los malhechores de Cuba, pero el presidente no cedió y los hechos le dieron la razón porque estalló el escandalo conocido como Síndrome de La Habana y luego ocurrió el siniestro 11J.
Pese a ello, Washington pactó con la tiranía, mediando el Vaticano, la liberación de los presos políticos post 11J, para la Navidad de 2022 y Reyes de 2023, pero los piratas del Caribe incumplieron y se atrincheraron por el miedo que corroe a la casta verde oliva y enguayaberada; debilitada por su impopularidad y la devastación socioeconómica que ha provocado; especialmente entre los más vulnerables, con cuotas inasumibles de pobreza y desigualdad; pese a que cacarean lo contrario.
La Habana quiso chantajear a la Casa Blanca y el Vaticano imponiendo el destierro forzoso de los liberados y la respuesta de ambos fue demoledora y alejada de los cánones y sutilezas que adornan las contiendas diplomáticas.
Lamentablemente, muchos cubanos -educados en el enfoque binario de la política Made in castrismo- han sido injustos en sus apreciaciones hacia el presidente Biden, asumiendo toda la batería de críticas de sus adversarios, que no dudaron en dibujarlo como un anciano casi senil, jamonero de guagua y neocomunista.
Una de ls primeras tareas de la democracia en Cuba, una vez haya justicia, agua, luz, alimentos y medicinas, será desintoxicar a la sociedad de tanto radicalismo militante, que impide valorar con serenidad errores y aciertos de los actores políticos.
La Habana creyó que, una vez superada la pandemia de coronavirus, negada hasta la saciedad por los burócratas del turismo sin turistas, las aguas bilaterales cogerían el nivel conveniente para los genocidas mandantes, pero Biden no aflojó y resistió todas las presiones del lobby anti embargo y demás activistas del tardocastrismo en Estados Unidos.
La maquinaria propagandística al servicio del pan con na, encajó la aplastante victoria de Donald Trump, deslizando que Biden aprovecharía el final de su mandato y que ya no se juega nada, para relajar las tensiones bilaterales, en otra muestra de suplantación de la realidad con entusiasmo, que empezó con aquellos diez millones de toneladas de azúcar que nunca se mascaron y el más reciente descubrimiento de la limonada como base de la resistencia creativa.
Desgraciadamente, el fin de la era Biden ha coincidido con los fallecimientos de dos presos políticos en las cárceles castristas; pese a que ambos tenían antecedentes clínicos para propiciar una medida de gracia. Cuba es país de poca memoria, pero crímenes como estos nunca deben ser olvidados y la democracia resarcir a sus familiares.
Gracias, presidente Biden, por su coherencia en un tema tan sensible como la desdicha de la nación cubana y la mala vida de los nuestros, que padecen los rigores de un estado fallido, senil, represivo, especulador y oscurantista.