Por Arturo Mesa ()
Atlanta.- Hubo épocas en las que escribir tenía sentido. Había por aquel entonces mucho que discutir, muchas dudas y preocupaciones por las decisiones que se tomaban, pero ya no es así. Tú podías arriesgarte sin importar el daño personal, porque al final había un país por levantar.
Hoy en Cuba no queda nada que analizar. La ciencia lo ha dicho todo; los números han sido firmes y la emigración confirma cada línea de texto. Sin embargo, y a pesar de las cifras, hay un antilíder en el poder. La persona con menos carisma posible, sin poder de convocatoria, el más fiel odiador del debate, el que no resiste una sola pregunta en sentido inverso se mantiene de timonel.
El antilíder es aquel que no une, no motiva, no razona y para colmo tiene un cargo y una responsabilidad que implica el futuro de millones. El antilíder es aquel que debió garantizar un curso elegido por su mismo equipo y sin embargo, se alejó por entero del plan para luego ni siquiera dar razones convincentes para ello.
El antilíder es aquel que no tiene un plan, aquel a quien no le responde un equipo y viaja y viaja sin parar para terminar en reportes televisivos en donde todo está bien y ni él mismo se percata de que hay más seguridad en la foto que población. El antilíder es aquel que defiende un Partido por encima de la vida misma, aunque tal organización solo implique miserias, crisis y carencias. Es aquel que conmina a encarcelar una idea, a desterrar un sueño o golpear una convicción.
Uno pensaría que es inconcebible tal actor por estos tiempos, y siendo quien debiera traer la solución, se esconde tras una sola frase, comodín de comodines, como si la historia humana no estuviese cargada de bloqueos, cercos y guerras a los que los verdaderos líderes supieron vencer, digamos el Cruce de los Andes, por citar un ejemplo del propio hemisferio.
El antilíder resulta burlesco, no pronuncia, no hilvana sus ideas y no lo hace bien ni siquiera con un tele-prompter. El antilíder se hace rodear de burócratas, tecnócratas y oficinistas que no dan la cara, planifican las preguntas y se muestran sin convicción más allá de que lo hecho es lo que toca hacer porque poco les importan las ciencias, las cifras sobre emigración, deserciones, corrupciones e inmoralidades: bonito futuro le espera a la literatura sobre el sistema.
El antilíder es aquel que se sabe irrespetado, burlado y desoído y aun así, regresa cada día a su oficina para otra sesión de aplaudidos desaciertos.
Como en una trágica comedia, un país en donde abundan bufos de este tipo, que no ven la magnitud de la crisis, jamás podrá salir de ella porque ellos, los que aplauden, habitan dimensiones diferentes.