Por Anette Espinosa ()
La Habana.- Sandro Castro es el mejor de su estirpe, y es fácil de explicar. Es el único que no esconde nada, que dice lo que hace, que refleja quién es, sin tapujos, sin esconderse, que dice lo que piensa, salvo cuando lo obligan a aparecer en las redes y pedir disculpas.
A mí me cae bien este nieto de Fidel Castro. Para él es normal hacer todas esas cosas: disfrutar de su vida, de sus comodidades, de todas esas bondades a las que puede acceder, por ser descendiente del último soberano de Cuba, del que se robó una isla y puso a 10 millones de siervos a trabajar para él.
No hace nada Sandro Castro que crea ilegal. Hace lo que vio hacer, lo que cree legítimo, dentro de los cánones que estableció su familia para llevar su vida sosegada, tranquila, apacible, llena de comodidades y lujos, mientras el resto de los cubanos, o una mayoría abrumadora, se muere de hambre, literalmente.
Tiene un bar y no un bar cualquiera. Tiene Mercedes Benz. Todas sus novias son lindas. Tal vez sean unas de esas descerebradas, pero son lindas. Y lo sabemos por él, porque no lo esconde. Es más, alardea de eso, lo hace público, nos lo restriega en la cara. Es casi que la única vía de imaginarnos cómo vivieron y viven los Castro.
No es el Cangrejo, el todopoderoso nieto de Raúl Castro, que también tiene cumpleaños y bodas fastuosos, que se la pasa en yates, con personajes famosos, que tiene autos de lujo, que se atreve con cosas a las que a los cubanos comunes nos costaría creer. Y que no publica nada, porque el abuelo se lo tiene prohibido, para «no empañar la imagen de la familia».
Sandro no. Sandro es loco. No tiene prejuicio. Alardea, porque un alto por ciento de los cubanos alardea de algo, aunque sea de los estudios de la hija, de tener un hijo fuera, un coche de caballos en Sancti Spíritus, una casa en la playa, la visita a un hotel, una remesa, o una bocina para poner música alta y que la gente sepa que escuchan a El Taiger.
El alardea de lo que tiene: bar, autos de gama alta, cumpleaños regados con exquisitas bebidas y mejor comida, rodeado de amigos de la clase alta. Y por él sabemos lo que nos esconden otros, lo que los medios no cuentan.
Si hubiera en la familia Castro cinco o seis como él, los cubanos sabríamos más, mucho más, de todas las barbaridades que la todopoderosa familia ha hecho por 65 años. Por desgracia, los otros son más ladinos, más taimados, más hipócritas y tal vez hasta más descarados.
Su tío Alex también tiene restaurantes y bares. El tío Antonio es un aprovechado de marca mayor. Como hijo predilecto, mientras el padre estuvo vivo, le dio la vuelta al mundo, con esposa y escoltas, lo mismo como médico del deporte que como representante del padre, supuestamente invitado por reyes y príncipes. El hijo de Antonio hace lo mismo.
La vida de los Castro no tiene nada que ver con la del común de los mortales en Cuba. Lo mismo la de los descendientes de Fidel Castro que los de Raúl. Todos tienen negocios, cuentas en bancos extranjeros que algún día conoceremos, enormes mansiones, lujosos autos, personal para cuidarlos, y una vida que poco a poco va saliendo a la luz, por cosas como las que hace Sandro, que a nosotros nos tiene que servir de mucho.
No critiquemos a Sandro Castro. Dejémoslo que siga haciendo cosas y publicándolas. Así sabremos más de estos bandidos que se adueñaron de Cuba y convirtieron en esclavos a un pueblo entero, entre ellos a ministros, generales, dirigentes del partido… no olvidemos que hubo esclavos en la Roma antigua que también tuvieron esclavos.