Por Renay Chinea ()
Barcelona.- Tenía una novieta cerca de Infanta. Exactamente en la calle 27 entre N y O. Y allí alargábamos las horas un mundo variopinto de trovadores reciclados, poetas de medio pelo, artistas de vuelo bajo… y Amado.
El Gordo Amado era un habitual de la tertulia y las botellas de ron sacadas de abajo de las piedras. Y casi siempre esas piedras, eran algunos de los bares de mala muerte por los alrededores de Radio Progreso, en donde Amado y los bares, se conocían mutua y recelosamente.
A mi refulgente refugio, ya Amado también le había puesto nombrete: 27 y no.
Porque Pé -que así llamaba a mi dulce Penélope -vivía en el piso alto de un edifico sin nombre, en el centro de la cuadra entre las calles N y O.
Aquel fue el último Mundial que vi en La Habana. El último en que disfruté de la Alemania de Ballack y Mathäus.
Esa tarde del 2002, llegó Amado sudoroso y con la bemba ardiendo:
—¡Me encanta 27 y NO…! —decía sofocado y procaz escaleras arriba.
—Porque aquí se puede beber… y no Se puede fumar y no, jamar y no… —declamaba enfatizando los noes.
Diego Cano, el cantor tenía una voz de timbre sólido y unos pulmones con inhalación de cetáceo. Como en la rueda de la pipa de La Paz, te tocara fumar después que él, te dejaba una colilla…
Desde el rincón aquel, donde intentaba ver la alineación de Alemania, interrumpió a Amado en su decálogo:
—Gordo.., ¿y el fútbol se puede ver?
—No.. pero sí —agregó enseguida.
Y la peña echó a reír estrepitosamente… Pé que en ese momento quiso preguntar algo entre risas, fue interrumpida por Amado:
—¡Tú que sí, Pé….! Tú que sí, a todo! ¡Ya no eres Pé sino Pí…!
Y la gente siguió riendo. Al paso de las horas se apago la tele, se acabó el Mundial y continuaba el show de Amado.
Aquella forma de ser del Gordo le costó tres hígados y dos páncreas, pero solo disponía de uno de cada. Era un espectáculo emborracharlo. Entre el segundo vaso de ron y el penúltimo, permítanme aclararlo: sin hielo, sin cola, sin limón y sin pedigree… era un lujo escucharlo y una irresponsabilidad permitirlo. Murió en una clínica de Madrid hace ahora unos años.
Amado tenía la espontaneidad de Bernabé, la guajirancia campechana de Melesio, y la enciclopedia intelectual de los cómicos argentinos.
Sacó un billete de cinco pesos cubanos, muy estrujados del bolsillo. Lo elevó al aire y conminó a todos a seguir su ejemplo: empezaba La Ronda para armar la clásica “ponina”.
Arsenio, el hijo de Lilita una dramaturga muy conocida, era anterior al papel moneda. A sus 30 años, Arsenio no se había percatado de que existía el dinero. A él, nunca en sus treinta años, le habían caído ni siquiera cinco pesos en el bolsillo.
El Bon Vivant, en una sociedad cualquiera describe a alguien que sabe aprovechar los placeres de la vida y es, al mismo tiempo, un caballero que cultiva su jardín como quería Voltaire. Habita en nuestra imaginación como un ser educado, caballeresco e indulgente: un vividor. Un hombre de éxito.
En el Comunismo, el equivalente al Bon Vivant, es Arsenio el hijo de Lilita: raído, apaleado… sin trabajo y sin remuneración es la encarnación del igualitarismo hacia abajo. Pero tiene sonrisa perfecta de mulato lindoro y una agudísima capacidad de observación… y de asombro. Dicen que dijo que escribía guiones que nunca nadie vio.
Se levantaba por la mañana y echaba andar a pie por el Vedado. Había aprendido ese arte tan difícil de no mendigar ni rechazar lo que le ofrecían. Pasaba por casa de alguien a las diez, y tomaba café. O por ahí, le caía del cielo un pan con tortilla… Y si no, siempre le quedaba Pé… La casa de Pé, que ahora se llama 27 y no…
A mí se me apareció un día, y me dijo:
—Guajiro, ¿¡dime que calzas el 27 y medio…!?
—Pues efectivamente…
—Tienes que dejarme unos tenis, porque ando con zapatos, pero sin suelas…
—¡Ah… y a ver si te sobran cinco pesos que me prestes que ando pasmao!— me dijo.
Levantó los pies y pude ver hasta los pliegues de su piel en el arco metatarsiano. Sus zapatos, efectivamente, eran hechos con piel animal por encima y piel humana en la suela, razón por la cual caminaba el Vedado en zig-zags: esquivando los charcos, los vidrios y las cagadas de los perros.
Amado no paraba de estrujar el billete de cinco al tiempo que arengaba en post de la ponina, sudaba, hacia chistes…
—Amado, ¿tú estás borracho? —le preguntó alguien.
—Soy borracho, que no es lo mismo…
—Amado, yo no bebo ron. —Dijo Arsenio el ametálico, intentando esquivar el vidrio filoso de la ponina que exigía la temblorosa mano de Amado.
—¿¡Y eso que tiene que ver!? Unos van de Dantes y otros de Alegrientes por medio del camino de la vida. Aquí se está preguntando pa la ponina… ya si luego se bebe o no… es otro asunto.
Meses después, cuando bajé lloroso las escaleras de Pe… —bajé para siempre quiero decir—me estaba esperando Amado en el remanso del último escalón.
Acababa de dejarle a Pé, 17 Haikus, que si me propongo, podría encontrar una copia por algún recoveco, pero no pienso atormentarlos ahora.
Era de esos momentos cinematográficos en que los caminos se bifurcan y quedan atrás los sudores ardientes, los bellos recuerdos y los ojos de Pé… que llora, me da un beso y me pide que me vaya al mismo tiempo.
El amor después del amor, fue por siempre aquella tarde en descenso de escalones finitos. Y la brisa de mar, la calle Infanta y un doble de aguardiente en el San Juan apoyado en el hombro rechoncho de Amado…
–Te habrá quedado algún fula ahora que estás “des-Pé- nalizado”? —me dijo el Gordo, apostándolo todo a que hacerme reír me libraba del trance.
En la mala muerte del ambiente, brindamos con un doble por el Benny:
—Pé- loponeso! —Seguía el Gordo, cabrerinfantiano, exigiendo otro ron… Intentando que el aguardiente me borrara a Pe.
—Que en este bar “El Tipo” se daba un doble antes de subir a cantar a Progreso.
—“En este bar te vi por vez primera/ y entre espumas bebí todo tu amor…” —balbuceaba Amado mientras yo seguía con los ojos brillantes de Pé en mi cabeza…
Pasaron 15 años para volver a ver a Arsenio. En las penumbras de un anochecer cualquiera, hace de esto algunos años, me crucé con su sombra en el semáforo de Línea y Paseo mientras esperaba un taxi.
Aunque no acababa de andar bien vestido, a la luz del primer automóvil pude verle unos viejos mocasines caoba con medias blancas a lo Michael Jackson.
-Júrame que nos vamos a juntar todos mañana… Hace mucho que no nos vemos— Le dije. Y aproveché para preguntarle por mi antiguo refugio de 27 y NO.
—¡Todo está muerto! Y todos han muerto: Amado, Mauricio El cuervo, Marcial…!
Quince años son mucha agua bajo el puente de la amistad.
—¿Y como hago para encontrarte mañana? —alcancé a preguntarle ya con el taxi detenido.
—¡Ah, no sé, Guajiro. Yo vivo como siempre… Invócame… y verás que aparezco!
Hace un tiempo, un amigo de un amigo de un amigo… colgó sus fotos en FB: Arsenio ha muerto: mientras esquivaba las cagadas de los perros, las aceras rotas, los escupitajos que fueron su vida… cayó en redondo y llegó muerto al hospital. Para mitigar los pecados de lo mundano, Arsenio se fumaba lo sagrado: a falta de papel de rolar, se fue haciendo sus cigarrillos con las páginas que le arrancaba a una vieja Biblia, y la combustión de la tinta, le fue dañando los pasajeros pulmones, con versículos atemporales. Hasta que el Viejo Testamento lo derrumbó cerca del Policlínico de la Calle 15. …«quia pulvis es, et in pulverem reverteris», habría leído. Llevaba en el bolsillo un dosificador de salbutamol, vencido.
Esa noche, el Chevrolet destartalado que había tomado para bajarme en 23, me dejó más allá, en Infanta. Frente al Bar San Juan… En una ciudad ahora llena de muertos, quería ver por última vez el escenario por donde pululaban mis fantasmas.
—¡Peloponeso…! Le dije a un flaco que me servía de una botella dudosa, un doble de aguardiente. Y sentí las navajas del recuerdo lacerar en la garganta.
—Todo lo muerto está vivo… —me dije a mí mismo. Y lloré. O quizás, esta última oración se me está ocurriendo ahora.