Por Ulysses Pereira ()
Toronto.- Acaba de estrenarse, prácticamente, la película Cónclave y tengo que decir que es espectacular, desde el punto de vista estético.
Grandes nombres en el reparto como Ralp Fiennes, Stanley Tucci y Jonh Lithgow. Después de verla revise las notas de producción y realmente es de admirar el trabajo de reproducción de la Capilla Sixtina, aunque la Domus Sanctae Marthae, no es exactamente igual.
De todas maneras el trabajo es impresionante. El vestuario es exquisito, bajo las instrucciones de Gammarelli, la casa que viste a los papas y también Tirelli Costumi, una casa de costura que suministra vestuarios para ciertas producciones cinematográficas muy exigentes con la historia y los detalles. Por eso vemos los trajes de los cardenales al estilo del siglo XVII, lo cual entra en contradicción con la época actual.
Quizás sea por un detalle de ambiente o de traslación histórica.
Sabemos que los productores se entrevistaron con varios cardenales para definir el tono de los cónclaves y también que hicieron varias giras por el Vaticano, que se mostró muy cooperativo a sus requerimientos.
No faltaba más para una película como esta, que considero es un insulto a todos los católicos del mundo.
La Iglesia, en estos momentos en manos del abate comunistoide Jorge Mario Bergoglio, atraviesa por una crisis sin precedentes.
Ademas de los casos de extrema corrupción y de abusos sexuales, cuidadosamente ocultados por administraciones anteriores, la Iglesia alberga ideas liberales inauditas alrededor de los homosexuales y de las mujeres en la curia.
Estos temas se abordan en la película ligeramente y muestran las facciones liberales como sensatas y conciliadoras y las facciones tradicionales y conservadoras, que abogan por regresar la Iglesia a los dogmas más o menos originales, como locos y exaltados en la figura del personaje del cardenal Tedesco: pelo revuelto, gafas gruesas y ojos saltones, gritón, exultante, extremista, con un discurso violento tras el atentado que llama a la lucha contra «esos animales».
En contraposición, el cardenal Bellini, aspirante al papado, tranquilo, razonable, que razona sobre los cambios en la Iglesia y del curso que le dio el finado Pontífice, de establecer puentes con los homosexuales, por ejemplo, es el camino correcto.
La película toma partido por estos últimos en la persona del cardenal Benítez en un final que sin ser violento es apoteósico, impredecible, e insultante.
Es irrespetuoso no solo con la institución eclesiástica que ya, de hecho, se ha ganado parte de ese irrespeto en la figura borrosa de este Pontifice comunistoide, sino con los millones de católicos en este planeta.
Una película semejante, pero en el mundo musulmán, seria imposible por el miedo a hacerla y por las consecuencias que traería.
Es más fácil y seguro seguir atacando la fe de millones de dóciles cristianos que no se explotan a sí mismos o que queman ciudades enteras bajo consignas religiosas.
Pienso que esta película debiera tener una categórica respuesta desde el Vaticano, claro, si hubiera otro Pontífice en el Palacio Apostólico. Pero, estoy seguro que el abate comunistoide se siente muy complacido con este filme y que se refocila a mansalva viéndose a sí mismo en el cardenal Benítez.