Por Ulises Aquino Guerra ()
La Habana.- Desde muy pequeños los niños de mi generación estábamos obligados a practicar la autocrítica en cada reunión de aula. Era una práctica obligada para reconocer públicamente los «errores» en el comportamiento político y disciplinario.
Esa práctica también inducía a «echar palante», como se dice en lenguaje popular, a todo el que cometía esos «errores » y no eran capaces de reconocerlos delante de todos, haciéndose un harakiri delante de sus compañeros de aula y de escuela.
Yo me pregunto muchas veces porqué no la practican los que nos formaron en esa actitud.
Llevo años esperando la autocrítica pública de los que han llevado a Cuba a este estado de destrucción, y lo que es peor, a la incapacidad de proyectar la vida digna de sus ciudadanos.
¿Cómo puede decirse «feliz» quien tiene el encargo de hacer felices a millones de cubanos que subsisten a duras penas provocadas por los graves errores de los empoderados para lograrlo, y que con mirada de míopes nos imponen un estado de cosas que ya son irresistibles?
¿Hasta dónde el Estado piensa que puede llegar imponiendo Decretos a un pueblo que ya perdió la capacidad de discernir y cuya lucha por la supervivencia a penas les deja tiempo para pensar?
¿En qué momento se harán la verdadera, necesaria e impostergable autocrítica, que reconozca, públicamente, los graves errores de previsión que han provocado la miseria de toda una población?
La inmensa deuda que varias generaciones tendrán que pagar sin haberse beneficiado de esos préstamos y con un país en ruinas, incapaz de producir un boniato para todos.
Se supone, según Marx, que el papel del estado en el socialismo es proveer al ciudadano de las riquezas obtenidas por el esfuerzo de todos. Pero resulta que en nuestro socialismo es el pueblo quien tiene que proveer al Estado de todo lo que necesita.
Ahora toca producir la energía eléctrica propia a los emprendimientos, y la práctica demuestra que, si eso sucediera, además de producir la propia nos encargaran la misión obligatoria de aportarle una parte al Estado, so pena de cerrarte el negocio.
Sinceramente:
¿Puede alguien emprender en un lugar donde apenas existen condiciones para la vida? ¿Un lugar donde se convierte en Ley la obligación de aceptar hasta 72 horas de apagones cada vez que el Estado lo necesite, cuando esa es su obligación? Además, me pregunto: ¿El objetivo de ese Decreto es que el pueblo acepte por Ley que no puede protestar si le quitan la corriente? ¿Qué más?
¿También le corresponderá al pueblo y no al Estado la obligación de arreglar los hospitales, las escuelas, los derrumbes, los baches, el transporte, la agricultura, la pesca, y todo lo demás? ¿Entonces cuáles serán en un futuro próximo las obligaciones del Estado?
A mi modo de ver, lo que es impostergable es la pública autocrítica y el reconocimiento de que la verdadera distorsión radica en el papel del Estado, y públicamente exponerle al pueblo un proyecto de desarrollo real, concreto. Abriendo las puertas a la inversión y no creando obstáculos a quienes se arriesgan a poner su dinero y sus medios.
Todo parece indicar que el 2025 no quiere pasar por aquí. Muy pocos lo esperan, prefieren seguir en el 2024 y de ser posible volver al 2019.
Es muy necesaria esa autocrítica el 31 de diciembre para que el 2025 pase por aquí.