Por Carlos Carballido ()
Dallas.- Soy de una generación que nació y creció sin Navidades. La que me antecede nació con ellas hasta que un sátrapa por su masa escrotal verde olivo las proscribió.
Es muy posible que ese incuestionable daño antropológico -entre tantos otros- que ha sufrido cada cubano vivo sea irreversible para los que más o menos tienen mi edad.
Los más jóvenes, igualmente, están dañados porque asumen la temporada navideña como un desquite emocional a bombo y platillo, y desatar pecados capitales hasta que no quede uno solo por probar. Un verdadero desafío obsceno a lo que supuestamente debe ser considerado la razón de la festividad, que no es otra que celebrar la llegada de un rey para los cristianos, que de tan rico nació en un pesebre.
No voy ahora a ser el Grinch que termine explicando que, en realidad, hasta la fecha del cumpleaños del Hijo del Carpintero es equivocada, pero sí es menester la comprensión de estas festividades que desde hace una década es cada vez menos familiar y cada vez más mercantil.
Para ser justos, si bien el Daño Antropológico en el kubanoide (hombre nuevo que ha invadido a Estados Unidos) es mas que patético, y de eso no se salva ninguna otra nacionalidad.
Desde la de Obama, el espíritu navideño se ha prostituido a tal punto de llamarlo «Holiday» en vez de «Christmas». La felicidad se transforma en estrés, la humildad en excesivo derroche y la convivencia es totalmente atendiendo a cada notificación del teléfono celular sin dejar de beber alcohol sin excesos: Solo hasta que cae en el piso.
Crecí sin Navidades y confieso que he tratado de superar ese capítulo del daño antropológico. Las disfruté cuando pude celebrarla, inspirado con el entusiasmo de mi hija pequeña hasta que creció y nuevamente he visto su declive social.
Por lo pronto, mi vecino ya se encargó de competir en opulencia y decoró su casa con alta rimbombancia. Me tocará cada madrugada que salga a buscar los frijoles, recordar que todos olvidan lo que los americanos llaman “The Reason of the Season”.
