Por Joel Fonte
La Habana.- Hace solo unas horas, un amigo a quien valoro altamente, publicó en la Internet -desde el exilio, porque aquí se criminaliza y encarcela el verdadero periodismo- un trabajo donde denuncia la corrupción que protagonizan ‘funcionarios’ de la provincia de Cienfuegos.
Denuncias de igual contenido, hechas previamente por él mismo, y por su repercusión, su alcance, han sido motivo de investigación y procesamiento penal contra varios de los involucrados en los hechos que él ha revelado, lo que valida sus fundamentos.
Pero no es a la información, empleada en este caso como herramienta para enfrentar la podredumbre en el ejercicio del poder que identifica a la dictadura castrista, y de como esta última fuerza, incluso, a investigar a autoridades que habitualmente no la enfrentan, a lo que quiero aludir brevemente aquí, sino a esa impunidad que prevalece y a como genera no solo corrupción en un sentido estrictamente material, sino además moral, ético: la doblez y desvergüenza de los ‘funcionarios’ del castrismo.
En la misma medida en que el colapso del régimen se hace más evidente, esa amoralidad, esa desvergüenza se hace más visible para cientos de miles de cubanos que aún sufren la ceguera provocada por largas décadas de adoctrinamiento, de ser víctimas de una propaganda fiera, tenaz, que enajena de la realidad incluso a quienes más la sufren.
Cuba está sufriendo hoy -lo he escrito en otros momentos- lo que con un eufemismo criminal, con su habitual desprecio hacia el drama colectivo, Castro anunciaba en los ’90, como una probable OPCION CERO.
No describiré la tragedia humanitaria que sufrimos en todos los órdenes ahora, propias de un colapso total de la vida de la nación, sino la actitud grosera, bárbara, criminal, de esos ‘funcionarios’, de esa élite que se dice ‘gobierno’: con los privilegios de que gozan, con su corrupción desenfrenada, se ríen de nosotros, de nuestros hijos, de nuestras familias.