Por Max Astudillo ()
La Habana.- Si crees que el tiempo de las dictaduras es pasado en la región, puedes estar equivocado. Hay algunos gobernantes que se aferran al poder como el macao y no quieren dejarlo ni aunque les den candela. Y otros solo piensan en volver, en regresar a la poltrona presidencial, porque extrañan demasiado el tiempo en el que estuvieron al mando, por encima del bien y el mal.
En Nicaragua, al déspota de Daniel Ortega no le ha bastado con todo lo que ha hecho en estos años, con el daño a familias e instituciones, con lo que ha robado para sí, su esposa y sus hijos, con las elecciones que ha manipulado y se ha robado, y va por más.
La víspera, por decreto, estableció el periodo presidencial en seis años, y para satisfacer el ego inagotable de su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo, estableció el cargo de co-presidenta. Así con esas letras. Ahora, la Charo, como le dicen esos que están cerca de la cúpula, no solo exhibirá los galones de segunda al mando en el país, sino que tendrá el mismo rango que su marido, todo eso en un país donde los hijos de ambos juegan un papel importante en la política interna y también en la externa.
Eso lo hace el hombre que dirigió la guerrilla que terminó en julio de 1979 con la dictadura de Anastasio Somoza, y que prometió libertades políticas, respeto a los derechos humanos, pero que, al parecer, le hizo mucho caso a Fidel Castro, quien le dijo un día que «lo que se gana con las armas no se somete a las urnas», según contó delante de mí el excomandante sandinista Tomás Borge.
El objetivo es claro: los Ortega quieren eternizarse en el poder, y todo aquel que le huela a opositor lo pagará caro, como ya ha ocurrido hasta con algunos de sus otrora aliados, como el boxeador Alexis Argüello, el ex vicepresidente Sergio Ramírez, incluso con personalidades de la iglesia católica. No han tenido escrúpulos al actuar, y lo menos que han hecho ha sido privarlos de la ciudadanía.
Mientras eso pasa en Nicaragua, en Venezuela, a pesar de las diarreas por el triunfo de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos, y el nombramiento de Marco Rubio como secretario de Estado, Nicolás Maduro sigue aferrado al poder, e intenta volver a ponerse la banda presidencial a comienzos de año.
Sabe que se robó las elecciones, porque de haber ganado, no le hubiera costado trabajo mostrar las actas electorales. Es como cuando juegas dominó, la partida se trancó y dices que ganaste, pero sin voltear las fichas y mostrarlas. ¿Algo escondes, verdad? Lo mismo hace el chavismo: sabe que perdió en la votación, pero se niega a soltar el poder.
Y ahora, como la situación internacional se está complicando, se hacen los buenos y ordenan revisar algunos procesos judiciales de algunos de los opositores que apresaron por las protestas, y hasta admiten que pudieron haberse equivocado. Para eso, el asesino de Nicolás Maduro se apoya en su fiscal general, Tareq William Saab, el que sale supermaquillado y con los labios delineados, para que este dé la cara. Mientras el también asesino de Diosdado Cabello, amenaza con sacar tanques y cortar cabezas.
En Bolivia, Evo Morales hace todo lo posible por serrucharle el puesto a Luis Arce, el mismo al que él propuso como candidato del Movimiento al Socialismo (MAS) para la presidencia, avalado por aquello de que el ahora mandatario fue el artífice de la reforma económica que hizo que el país del altiplano dejara de ser el patito feo del continente.
El dirigente cocalero no se conforma con su situación de expresidente. Quiere volver al Palacio Quemado y hará lo que sea para conseguirlo. Ya ha mandado a cortar carreteras, a bloquear -bloqueo de verdad- a la capital, respaldado por los productores de coca del trópico de Cochabamba, todo con la intención de recuperar el poder que un día tuvo sobre toda Bolivia.
A Morales, que ha sido el hombre que más tiempo ha estado al frente de Bolivia, y también quien más lo ha hecho de manera ininterrumpida, aquello de Nicolás Maquiavelo de que «la mayoría de los hombres están contentos siempre que no estén privados de sus bienes y mujeres» parece tocarlo de cerca. Porque, además de las muchas bondades del poder, y todo lo que trae aparejado, han comenzado a salir «cositas» que no lo dejan bien parado, como relaciones con menores de edad a cambio de favores a la familia de sus víctimas, que no lo dejan bien parado, y por lo cual va a tener que responder ante la Justicia.
Y en esta relación, no podía faltar Cuba, donde el castrismo se niega a abdicar, a pesar de tener al país sumido en la mayor ruina vista en poco más de cinco siglos, desde la llegada de los colonizadores españoles.
Cuba se cae a pedazos, pero la familia real, entendida como todo aquel que lleva el apellido Castro, sigue en su bacanal, en tanto los cuerpos represivos no pierden la oportunidad de enviar a las mazmorras a quien intente levantar una mano, con complicidad total del sistema de justicia y de los medios de prensa.
Todo el que intente desde acá, hacer oposición política, sabe que está condenado y que terminará preso y con la amenaza de morir de hambre o enfermedades, porque en las prisiones de Cuba no alimentan a los condenados, y son los familiares los que tiene que llevarle alimentos los días de visita, todo eso si consiguen cómo hacerlo.
Otra frase de Maquiavelo se me antoja perfecta para definir lo que sucede en la isla-cárcel: «Los hombres que no obran bien siempre andan temiendo que otros les respondan con aquellas acciones que las suyas se merecen», y por ese motivo andan también con problemas estomacales. Porque saben que vuelve Trump, que la diplomacia la llevará Marco Rubio, y porque imaginan que hasta Putin los pueda usar como moneda de cambio en una negociación, como ya hiciera Nikita Jruschev cuando la llamada Crisis de Octubre.
Nada, que estos que se acomodaron al poder, para el disfrute propio y de sus familiares y amigos, no quieren soltarlo, o pretenden volver. Y no es una casualidad que todos hayan sido adoctrinados desde La Habana, donde se ha cocinado todo lo que tiene que ver con la izquierda en América Latina desde hace más de medio siglo.