CUBA: HAY QUIEN LO TUMBE Y TAMBIÉN QUIEN LO ARREGLE

CUBACUBA: HAY QUIEN LO TUMBE Y TAMBIÉN QUIEN LO ARREGLE

Por Anette Espinosa ()

La Habana.- Cuando era casi una niña, una tía ya veterana que trabajaba en alguna oficina del partido comunista en la capital siempre andaba con unos panfletos a los que llamaba «opinión del pueblo», donde se podían leer frases dichas por personas en diferentes lugares y que a mí me llamaron mucho la atención.

Eran los años finales del gobierno de Fidel Castro, allá por 2005, y yo aprovechaba cada oportunidad para leerme aquellos panfletos, porque me parecía raro que dijeran, por ejemplo: «la situación está cada vez más mala y nadie hace nada», y debajo, entre paréntesis, decía: «mercado de Cuatro Caminos», que fue el lugar donde alguien lo escuchó.

Aquellos folletos, casi siempre con abundantes faltas de ortografía, generaban hilaridad en la niña que yo era, porque no podía entender que dedicaran personas a hacer aquel trabajo, que a mí me parecía insignificante, pero que para los dirigentes siempre fue trascendental, no por lo que recogían, sino por lo que iba de vuelta.

Lo que más me llamaba la atención era una frase que podía leer varias veces, dicha en muchos lugares y que se repetía semana tras semana. Cada vez que abría aquellas páginas, me encontraba con aquello de que «esto no hay quien lo arregle, pero tampoco hay quien lo tumbe». Y lo mismo lo decía uno de Cuatro Caminos, que otro en La Coronela, en el Canal del Cerro, que en la Universidad de La Habana.

A mí me pareció siempre que aquella frase la ponían ex profeso para que la leyeran todos los que tenían acceso a la «opinión del pueblo», como llamaban a aquellos boletines, y fueran creándose conciencia de que la revolución de Fidel Castro era indestructible, o eterna, como han dado en llamar, y borrar, de paso, cualquier intento de rebelión interna.

Por entonces, como desde mucho antes, las personas se quejaban de la falta de medicamentos, del precio de los alimentos, de que faltaba el agua, del transporte pésimo, de la mala atención en los hospitales, de la burocracia, de que los dirigentes se daban vida de rico, de las mentiras que decían los periódicos y los noticieros de televisión, del pésimo estado de las escuelas, de la basura en las calles, del mal estado de estas, de la corrupción de la policía, y también de los edificios que se estaban cayendo a pedazos, además de quejas sobre la gastronomía, de las funerarias, entre miríadas de otras cosas.

Unos años después mi tía se jubiló y a mí nunca más me interesó aquello que ella guardaba con celo y que yo me las arreglaba para leerlo siempre, aunque fuera a hurtadillas, cuando se metía al baño a darse una ducha.

Mi tía murió cuando el covid y desde hacía mucho tiempo se había vuelto crítica con el castrismo, porque se dio cuenta de que había sido manipulada por años. Antes de morir, una tarde, mientras ella planchaba una de los viejos vestidos que aún conservaba, le pregunté si ella creía en aquello de que «esto no hay quien lo arregle, pero tampoco hay quien lo tumbe».

La tía, soltó la plancha y la desconectó de la corriente, tiró el vestido a un lado y se sentó en un viejo sillón de ateje que habíamos heredado del abuelo, quien lo conservó siempre como una joya familiar y que decía que lo había hecho él, con sus manos, cuando apenas era un niño e intentaba ser aprendiz de carpintero, allá en su natal Colón.

Aquella mañana la tía se abrió como nunca lo había hecho. Me dijo que sí, que a Cuba cualquiera la podía arreglar, menos los que gobernaban, porque a ellos no les interesaba hacerlo. Y también me dijo que el castrismo estaba en sus estertores, boqueando, como el paciente grave, que solo se aferra a la vida casi de milagro.

Luego disertó sobre algunas cosas que ella vio en sus tiempos y que ahora no vienen al caso recordar, pero recuerdo que me dijo que ni los que dirigían la capital sabían cómo no se había producido una protesta multitudinaria contra el régimen.

Ahora, casi un lustro después de aquella conversación, y muchos años desde que leía aquello de que «esto no hay quien lo arregle, pero tampoco quien lo tumbe», creo que no hará falta tumbarlo, porque se caerá solo. Cuba no aguanta más y si se sostiene en pie, aunque más tambaleante que a quien se le fue la mano con el alcohol, es solo porque hay muchos cerca de la cúpula que no tienen a dónde ir, y a otros los estarán cazando para llevarlo ante los tribunales.

La tía me insistió aquel día que los Castro saldrían en estampida el día que muriera Raúl Castro. Se irán antes de llevarlo a enterrar con Vilma y Antonio Gades, me dijo. Y creo que no estaba lejos de lo que ocurrirá.

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