Por Ulysses Pereira ()
Toronto.- Nunca me gustó Ana de Armas. Ni siquiera cuando protagonizó el bodrio biográfico aquel de Marilyn Monroe.
Su cara me parece más que inexpresiva, cruel.
Es la cara de un ser oportunista y trepador, ni siquiera es la de un zascandil enjaezado porque estos son dóciles y aduladores, incapaces de una puñalada trapera, a menos que la situación se haga demasiado intolerante.
El semblante pétreo de Ana de Armas revela bajas pasiones y tenebrosos pensamientos. Hay algo siniestro y lóbrego tras su ojos de muñeca barata de los rastros de Cangas de Morrazo.
Además, tiene las tetas más feas del cine mundial. Las exhibió impúdicamente en la película de la Red Avispa. Yo pensaba que Milla Jovovich era la que ostentaba tal blasón, pero no, Anita la cubanita la supera.
Mis elucubraciones acerca de su personalidad han resultado ciertas. Ana de Armas combina el supuesto glamour de Hollywood con la asquerosidad de la tiranía cubana: se empata con el hijastro de Díaz-Canel y es atrapada por el ojo implacable de los paparazzis españoles en Madrid en pose besuqueante e inequívoca.
No podía ser menos.
La mierda busca la mierda. Es la lógica que también es implacable.
