Por Yordanis Álvarez ()
La Habana.- La complejidad de la vida en sociedad se manifiesta en la intersección de múltiples disciplinas como la Política , la Sociología, la Economía y el Derecho. La salud de nuestras comunidades depende en gran medida del respeto y la aplicación de las leyes de cada una de estas ciencias; ignorarlo sería el fin.
Sin embargo, cuando nos desviamos de este camino, las consecuencias son profundas y a menudo devastadoras. En una sociedad donde la falta de consenso y los errores repetidos de la Administración Pública son la norma, los resultados no deseados se convierten en una triste realidad cotidiana.
Cada año, observamos cómo se desmoronan los logros construidos con tanto esfuerzo. Proyectos que prometían mejorar la calidad de vida se diluyen en la corrupción, el sinsentido y la burocracia. Lo preocupante no es sólo la desaparición de antiguos avances, sino el ciclo de justificaciones y excusas que se ofrecen mientras el problema persiste, persiste y también la ineptitud y la ineficacia.
Esta dinámica genera un descontento generalizado y el control que se supone debe servir para salvaguardar el bienestar de todos, en ocasiones, se transforma en un arma de doble filo, agudizando la desconfianza, el encarecimiento de la vida y la ineptitud.
En este panorama complejo, pero no inexplicable, la desilusión se convierte en una sensación corriente. Algunos ciudadanos optan por cruzarse de brazos, convencidos de que cualquier intento de cambio es en vano. Otros, lamentablemente, sienten la necesidad de emigrar, interna y externamente, en busca de oportunidades que su entorno les niega. Mientras tanto, muchos se retraen en un individualismo que, aunque comprensible, no soluciona las raíces del problema. La pregunta que se impone es: ¿Estamos ante una sociedad fallida? Pienso que no, la sociedad no ha fallado: otros le han fallado a ella.
La respuesta debe ser, en lugar de un lamento resignado, un llamado a la acción valedera, el entusiasmo y la reflexión colectiva, a mayor control ciudadano (participativo y desde abajo), al incremento de la crítica constructiva como resorte del desarrollo y el progreso.
Este es el momento de reconsiderar nuestros valores y prácticas. Es fundamental fomentar un diálogo nacional constructivo entre los diferentes sectores de la sociedad: ciudadanos, funcionarios, empresarios y organizaciones no gubernamentales, porque está en juego lo más sagrado: la Patria y con ella la vida. Uniendo fuerzas podremos desafiar la mediocridad y la desidia y generar propuestas innovadoras que busquen romper con la inercia del fracaso.
El progreso no es un acto aislado, sino un proceso que requiere la participación activa de todas y todos. Desde la educación cívica hasta la promoción de la transparencia en la administración pública, cada pequeño paso cuenta; transparencia de verdad, no monólogos de autocomplaciencia que no nos llevan a ningún lado.
Necesitamos un nuevo pacto social donde la responsabilidad, la libertad , el camino de las ciencias, la creatividad y el bien común sean prioritarios. Si no comenzamos a actuar ahora, la desesperanza seguirá suplantando a la esperanza, profundizando las heridas en una sociedad ya desgastada: solo hay una sola vida.
La construcción de un futuro mejor está en nuestras manos. Tenemos más poder del que creemos tener. Solo la inteligencia nos pondrá en el camino correcto.