Por Miryorly García ()
La Habana.- Ha vuelto el miedo para la Seguridad del Estado. Deben saber que el horno no está para pastelitos. Un país entero sufriendo apagones y escasez de todo tipo no es fácil de controlar. Y para colmo hay una cubana digna, por allá por Matanzas, que estudió, y hace, Historia, decidida a ponérselas más difícil.
En la mañana vi en Facebook un post de Jorge Fernández Era, donde aparecía una patrulla, muy cerca de un montículo de basura de esos que decoran nuestras calles, que cumplía con su vergonzosa misión de sitiarlo para que no salga de la casa a acompañar desde La Habana en la protesta a la profesora Alina.
Me asomé a mi portal y no vi motos ni agentes vigilando mi casa desde el consultorio médico. Como ya a no les alcanzan a veces los recursos materiales y humanos (digo yo porque hay 18 en los que no he tenido vigilancia), pensé que esta ocasión no tenía restricción para salir de mi casa. No se me ocurrió mirar un poco más hacia la esquina, donde se escondía la patrulla, también cerca de los contenedores de basura.
Tengo que decir que ya esta situación tragicómica de los 18 es hasta motivo de burla de mis vecinos, que los están empezando a ver a ustedes con muy poco respeto, preguntándose como en un país con tantas carencias, se gastan tantos recursos humanos y materiales, sobre todo el tan preciado combustible, en vigilarme y reprimirme.
Así que, al no tener supuestamente vigilancia, o al menos eso pensaba yo al no verlos, en la tarde tendría mi cita con Martí, en solidaridad con la Dra. Alina Bárbara y sus justas peticiones y protesta pacífica de cada 18. Pero, la mañana era para mi vida normal, laboral y doméstica. Iba a trabajar hoy desde la computadora de mi casa, pero sobre las 10 am se me ocurrió salir para darme una vuelta por mi trabajo y hacer unas preguntas necesarias y de regreso buscar el pan nuestro de cada día.
Despistada, salí, conversé con la vecina unos minutos, y cuando caminé unos 30 metros más, me interceptó un agente de la SE, que esta vez dice llamarse Fernando, y una que dice ser una de las Mariana (nombre que deshonran con el «trabajo» que hacen).
Luego del «buenos días», cuando me iban a decir «Usted sabe que hoy es 18 y no puede…», seguí caminando y les dije en alta voz que ya sabía quiénes eran, nada que hablar con ellos y seguía para mi trabajo. Inmediatamente le hicieron seña a la patrulla, la mujer me siguió diciéndome que me detuviera y otra mujer policía se bajó y ambas me dijeron impositivamente que me subiera a la patrulla.
Les dije que estaba mal que hicieran eso sin orden ni motivo alguno, pero como acostumbro no puse resistencia y me subí. No pongo «resistencia» para evitar incurrir en lo que en Cuba valoran como delito, aunque el delito debía ser el que ellos cometen al montarme allí sin orden de detención ni justificante legal alguno.
En la estación ordenaron que la patrulla se parara frente al calabozo (creo que querían que escuchara esa palabra), luego me entraron a una oficina donde se sentó frente a mí, con el viejo buró de siempre por medio, el agente Fernando. No había corriente. Me dijo que por qué yo había salido de mi casa si era 18. Le expliqué que no tenía ninguna razón para no salir. El diálogo fue exaltado.
Yo estaba muy molesta de que se crean con la potestad de prohibirme salir, de detenerme en plena calle, de montarme en una patrulla, de llevarme a una estación de policía en contra de mi voluntad, todo eso pisoteando mis derechos y las leyes mismas.
Hablé siempre en voz alta para que todos escucharan (los que estaban fuera de la oficina también, que su trabajo es vergonzoso, ilegal, arbitrario, repudiable, que esas mujeres deshonran el nombre de Mariana Grajales haciendo ese trabajo sucio. Les advertí que salí diciendo a mi madre, vieja y enferma, que regresaba rápido, que yo tenía que hacerle almuerzo y atenderla, que procuraran que no le pasara nada.
Como siempre el agente de la SE se hizo el preocupado, como mafioso chantajista me preguntó si mi madre tenía sus medicinas, respondí que casi nunca las había en la farmacia y que era de eso de lo que debían ocuparse. ¿Cuáles eran, preguntó? No les importa, es problema mío que las tenga. Que por qué hablaba tan alto, que si ese era mi metal de voz, insistía, argumentando que todos decían que yo soy una persona educada. Le dejé y dejo claro a la Seguridad del Estado que el respeto hay que ganárselo.
Yo no quiero que me repriman con frases educadas, yo no admito que me resuelvan ningún favor, así fuese un medicamento para mi madre, yo no acepto que usen la patrulla como si fuera un taxi cuando me propusieron llevarme a la Galería donde trabajo, esperarme y llevarme luego para la casa. Válgame Dios. Yo hablo alto en las oficinas donde me llevan en contra de mi voluntad y hago saber a todos de lo que allí se habla, porque ustedes no son buenas personas, ni honestas, ni hacen un trabajo bueno ni útil, ni siquiera digno y con apego a la ley.
Andan hablando bajito para que mis vecinos no vean como me arrestan, escondiendo la patrulla, cerquita de la basura, lejitos de mi casa, huyendo de las fotos. Sí, ya tienen conciencia de mentir, ocultarse, enmascararse, aparentar buenas intenciones. Es decir, tienen conciencia de que lo que hacen está mal. Pero en la cara de muchos, como las que ví hoy, no hay vergüenza por lo que hacen.
Yo sé que un día, más temprano que tarde, sentirán vergüenza. Pudieran no ser mis enemigos, porque solo soy una persona que hace valer sus derechos. Y las fuerzas de la Seguridad en un país pueden servir también para proteger a los ciudadanos y sentirse orgullosos de lo que hacen. Son ustedes los que eligen ser mis represores. No esperen ni que agache mi cabeza, ni que baje mi voz.
No es altanería ni odio, sino el sentimiento de indignación, rechazo y menosprecio que merece lo que ustedes hacen y representan.
La detención no llegó a media hora, me volvieron a montar en la patrulla y me regresaron a la casa con la advertencia de que no puedo salir. Ahí quedó la patrulla. Hoy, si vuelvo a salir de mi casa, seré detenida nuevamente por quienes se consideran con poder y libertad de actuar así, por encima de la ley. Esclavos de un régimen que están ahí, escondidos y al acecho, cerquita de la basura, les pegunto: ¿cómo gatos o cómo ratas?
Agente que dice llamarse Fernando, salga o no de mi casa, yo soy libre, ¿y tú? Yo no tengo miedo ni lo tendré en el futuro, ¿y tú?
(En la foto tendrán que esforzarse para ver la patrulla al centro. ¿Es idea o mía o ya hasta se esconden? El contenedor de la basura que está en la esquina no se ve por el tráfico, pero bueno la basura que quería que vieran esta ahí, debajo del poste).