Por Monters Cookie ()
La Habana.- Durante años, estos nobles caballos vivieron privados de la luz del sol y del aire fresco, confinados en la oscuridad de las minas subterráneas. Eran conocidos como «conogons», y compartían la ardua y peligrosa vida de los mineros humanos, trabajando codo a codo con ellos en condiciones extremas.
A finales del siglo XIX, estos caballos fueron exportados desde las islas Shetland a Inglaterra debido a su tamaño compacto y gran fuerza, cualidades que los hacían ideales para arrastrar las pesadas vagonetas llenas de carbón en las minas.
Nacidos, criados y destinados a una vida en la penumbra, soportaron un trabajo agotador y extenuante. No era inusual que un solo caballo arrastrara hasta ocho vagones de carbón, cargados al máximo.
A pesar de las duras circunstancias, estos caballos mantuvieron su dignidad y demostraron una notable inteligencia. Sabían cuándo una carga era demasiado pesada y se negaban a moverse hasta que se aligeraba. También poseían un increíble sentido del tiempo, sabiendo exactamente cuándo terminaba su jornada laboral y encontrando el camino de regreso a los establos, incluso en la más profunda oscuridad.
Esta vergonzosa explotación continuó hasta 1972, cuando la tecnología finalmente reemplazó su labor, marcando el fin de una era.
El 3 de diciembre de ese año, Ruby, el último de los caballos mineros, emergió a la superficie en un evento simbólico. Acompañada por una orquesta y adornado con una corona de flores, Ruby salió de la oscuridad, poniendo fin a la era de los conogons y sus compañeros de trabajo.
Para honrar su sacrificio y conmemorar su arduo trabajo compartido bajo tierra, se erigió una escultura llamada «Conogon» en el Museo-Reserva «Red Hill», como un recordatorio perdurable de la lealtad y valentía de estos caballos que dieron tanto en las minas.