Por Irán Capote ()
Pinar del Río.- Yo tengo trauma a los vientos desde que viví el huracán Ian. Recuerdo que durante la tarde aquella, en la víspera de la entrada de esa mole de vientos sostenidos que entró en la madrugada, yo andaba como si nada.
Mi madre me llamaba desde el campo, desde el portal de su casita de madera que al otro día ya no sería más aquella casita, y me pedía actualización de mis labores de protección: “ya pusiste trancas en las ventanas?” ; “Aseguraste las puertas?”; “desocupa un clóset por si tienen que meterse dentro”, me decía preocupada.
Y yo me reía. Ripostaba que eso eran cosas del campo, que todo iba a estar bien, que la casa era un búnker y bla, bla, bla.
Pero ella, madre al fin y al cabo, se puso tan impertinente que yo desarmé un par de pallets que tenía guardados y con aquellos palos cuadrados aseguré ventanas y puertas. Hice unas fotos y se las pasé para que estuviera tranquila. Lo que no hice fue lo de preparar los closet por si aparecía una emergencia, me parecía una exageración suya.
Durante la noche, cuando la cosa se puso muy fea, cuando parecía que no habría calma nunca más sobre la tierra porque los vientos sostenidos duraron horas y horas de azote, el miedo me hizo esconderme en el baño y rezar durante casi seis horas.
Di gracias a Dios y a mi madre por haber protegido la casa con aquellos pallets y de haber preparado el clóset, de seguro me hubiera metido allí.
Desde entonces no soy el mismo. No pueden mencionarme “ciclón “, porque enseguida recuerdo aquellos momentos…
No se confíen, mi gente. Ojalá y todo pase rápido y no haga tanto estrago, pero la precaución es ahora mismo nuestra mejor aliada.