Por Manuel García Verdecia (CubaXCuba)
Holguín.- A sesenta y seis años de iniciada la etapa denominada «revolucionaria», cuando se supone que deberíamos estar disfrutando los frutos de intensas décadas de austeridad, esfuerzos y sacrificios, los cubanos sufrimos la más agobiante crisis que hayamos conocido en todo ese período.
Carencia de bienes indispensables para la subsistencia cotidiana, aguda escasez de alimentos, falta de medicamentos de todo tipo, precariedad del transporte, necesidad de viviendas, hiperinflación avasalladora, son algunas de nuestras adversidades materiales. A ellas deben sumarse el auge de casos de corrupción, incremento de la tasa de criminalidad, aumento en el consumo de alcohol y drogas a edades más tempranas y una cuantiosa e indetenible emigración, básicamente de jóvenes, lo cual sugiere un ámbito social en deterioro. Tal panorama, nada alentador, impone que se haga el más objetivo y minucioso análisis de los factores que han provocado esta situación de penuria y relajamiento social.
Desde enero del año 1959 hasta la fecha, nuestro país ha contado con un único gobierno y Partido, si bien ciertas estructuras, disposiciones y metas han podido variar. De modo que la situación por la que transitamos en la actualidad, en el plano interno (sin desconocer obstáculos como el «bloqueo» de los Estados Unidos en lo externo), es producto básicamente del modo de gobernar asumido en todo este tiempo.
En los primeros años se solían justificar distintos tipos de actos inadecuados o erróneos como «vicios del pasado», o sea, una suerte de resaca negativa que aún afectaba en el presente. Sin embargo, el paso del tiempo ha ido sustituyendo aquellos vicios del pasado por insuficiencias surgidas básicamente de la implementación de disímiles medidas y proyectos emanados de la concepción estatista y centralizada que fraguó el proyecto de estado unipartidista.
Es así que en el devenir del proceso también se ha incurrido en errores, malas prácticas y, por consiguiente, resultados insatisfactorios, cuando no negativos. Y si bien se han admitido dificultades e insuficiencias —como se hizo en el informe al I Congreso del Partido, o recientemente, tras la aplicación de la «Tarea Ordenamiento» o la inoportuna «bancarización» (ejecutadas desoyendo el criterio adverso de expertos)—, no recuerdo que el Gobierno haya asumido su responsabilidad en esos fracasos. La excesiva centralización de los factores de la economía, el voluntarismo utópico, la burocracia autocrática y la indiferencia a las advertencias o críticas de expertos; han mermado considerablemente la capacidad de producción y sostenimiento material del país, lo que ha traído no pocas erosiones morales, sobre todo la cuantiosa emigración de ciudadanos cubanos.
Por ejemplo, pueden citarse la incapacidad en la administración agrícola para producir alimentos básicos necesarios o el desastre que constituyó el desmantelamiento de la industria azucarera, columna vertebral de la economía cubana y componente fundamental de nuestra cultura. No obstante, respecto a esto no ha existido una autocrítica profunda, fundamentada, constructiva que ayude a definir y habilitar mejor un plan para la superación de los errores y el definitivo acceso al progreso real del país.
Esta ausencia de análisis críticos y objetivos, basados en la investigación de expertos, sin anteponer preceptos dogmáticos a la probabilidad práctica, y con un categórico interés en erradicar terminantemente las causas de nuestras dificultades y encaminarnos hacia la prosperidad sostenible, es la que propicia el círculo vicioso de medidas y rectificaciones que solo reiteran su ineficacia. Ello se agudiza pues como los medios de información responden al Partido, no juegan su papel de monitoreo y retroalimentación del desempeño del gobierno, por tanto, no hay una vía para airear y dilucidar las responsabilidades del mismo en los yerros que se cometen. Tampoco es posible para la ciudadanía —carente de derechos efectivos, si bien declarados en la Constitución de la República—, determinar, y ni siquiera influir, en el manejo de asuntos que deberían ser colectivos y no inherentes a una élite.
Creo que de haber sido más críticos, objetivos y oportunos en analizar los desaciertos del gobierno y pertinentemente haber emprendido acciones fundamentadas y consensuadas de corrección en tal sentido, hubiéramos podido conseguir mejores resultados y no atravesáramos en este momento por una situación en extremo crítica y con pocas posibilidades para su solución a corto o mediano plazo.
La misión de gobernar surge de la necesidad de buscar un elemento conectivo y de orientación entre las muy variadas características e intereses de una comunidad, para ordenarlos provechosamente con el propósito de lograr el mejor desempeño de ella y la satisfacción de sus aspiraciones. De hecho, todas las aspiraciones no pueden cumplirse, por lo que se impone una concertación para determinar las más urgentes o decisivas. Tal disposición no se puede dejar al libre albedrío de la comunidad pues no siempre se escogerían las mejores acciones o empeños, y principalmente prevalecerían, como sistema de elección, los intereses de cada cual. Se hace necesario buscar un recurso de razonamiento, acuerdo y proyección que propicie lo más favorable a la mayoría sin implicar directamente daño a la minoría. Eso debe ser el gobierno.
En tal sentido, la estatización, sobre todo cuando se supedita a un único partido, no puede ser la forma de gobierno que cubra los intereses y necesidades de la diversa gama de personas que buscan prosperar y vivir del mejor modo en un país. Y no puede serlo porque, precisamente, al ser una dirección sectorizada, atenida a un programa que se fundamenta en una concepción específica que excluye a otras, pues cierra el ángulo de posibilidades de realización para otros grupos de ciudadanos.
Por eso considero que gobernar debe ser, no un privilegio, sino el más sentido acto de servicio al prójimo. Esto implica que quienes gobiernan no solo posean la convicción de ser servidores públicos, sino que, esencialmente, estén dotados de sensatez, que sus actos sean apropiados y fructíferos, así como de sensibilidad hacia el ser humano para poder comprender y ayudar a realizar las aspiraciones de sus conciudadanos.
Para resumir lo que debe ser un gobierno eficiente, considero conveniente repasar algunos preceptos martianos. Evidentemente, el gran patriota quería fundar una república «con todos y para el bien de todos», y eso lo llevaba a pensar del modo más comprometido y conveniente al servicio de sus compatriotas y a la esencia de la naturaleza humana. Definía el Apóstol: «El gobierno de los hombres es la misión más alta del ser humano, y solo debe fiarse a quien ame a los hombres y entienda su naturaleza».* Y es de tal grado esa misión pues de ella depende la felicidad o desgracia de una colectividad humana, por eso entendía que únicamente se le debía confiar a quien tenga empatía y conocimiento del ser humano. Notemos que superpone el humanismo a la pericia técnica de dirigir, algo que se puede adquirir si se posee la voluntad de servir. Esto no debe entenderse como justificación para entregar el mando a un ignorante con buena voluntad.
Así mismo, aclaraba Martí: «El gobierno es un encargo popular: dalo el pueblo; a su satisfacción debe ejercerse; debe consultarse su voluntad, según sus aspiraciones, oír su voz necesitada, no volver nunca el poder recibido contra las confiadas manos que nos lo dieron, y que son únicas dueñas suyas».
De modo que se gobierna por mandato de los ciudadanos, no de un dogma o grupo político. Son los ciudadanos quienes deciden confiar esa misión a los que consideren más aptos para solventar sus necesidades, siempre en comunicación con ellos, con el fin de que sus actos respondan realmente a dichas aspiraciones y sin constreñir jamás el sentir o el pensar de quienes les han confiado tan elevado fin.
Martí deja claro asimismo que se gobierna por elección, o sea, el pueblo escoge y decide a quién encargar la administración de sus asuntos: «el jefe de un país es un empleado de la Nación, a quien a nación elige por sus méritos para que sea en la jefatura mandatario y órgano suyo, así caen los gobernantes extraviados en los países liberales, cuando en su manera de regir no se ajustan a las necesidades verdaderas del pueblo que les encomendó que lo rigiese».
De aquí la trascendencia de elegir: como gobernar es mandato del pueblo para ordenar y viabilizar sus aspiraciones e intereses, es el pueblo quien debe decidir a quién entregar tan eminente responsabilidad.
Tenía el pensador revolucionario una perspectiva inclusiva y ampliamente participativa del acto de gobernar: «Ha de tenderse a una forma de gobierno en que estén representadas todas las diversidades de opinión del país en la misma relación en que están sus votos». De manera que, para mayor eficacia del gobierno, deben integrarse en él los distintos aspectos que comprenden el pensar y los anhelos de la ciudadanía. Es de esa amplia variedad de donde pueden surgir las disposiciones y perspectivas más convenientes y provechosas que, al contar con la participación de todos, serán mejor acogidas y ejecutadas.
En lo referente a la cuestión económica del gobierno, Martí argumentaba: «No es buen sistema económico el inexorable e inflexible; el que, porque atiende al bien de muchos, se cree dispensado de atender al mal de pocos. Es verdad que aquel es preferible a este, en último e irremediable extremo; pero es verdad también que debe procurarse, en tanto que se pueda, la situación igualmente benéfica, igualmente previsora, para todos». El espíritu altamente equitativo de Martí lo guía a considerar siempre a la totalidad de los ciudadanos para todo emprendimiento público, lo cual es reflejo de su auténtico humanismo.
Es por ello que resaltó la importancia de prever y producir para que las necesidades vitales fueran debidamente satisfechas: «Fuerza es, pues, prevenir la situación peligrosísima que se adelanta, y para que la producción baste al consumo, ir pensando que este equilibrio es necesario, que esta armonía no puede alterarse, que esta riqueza existe siempre, que la tierra produce sin cesar».
Son los suyos juicios fundamentados en el conocimiento de la vida de los pueblos y sustentados en una inteligencia dedicada al servicio del prójimo, enfocada en la esencia del ser humano. Criterios como estos deberían tenerse en cuenta pues, como alertó, casi vaticinando el futuro que nos esperaba en Cuba: «si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república». Gobernar es tarea de la más alta responsabilidad, sensatez y sensibilidad por el prójimo.