Por Irán Capote
Pinar del Río.- Yo vi cómo la isla flacucha se moría poco a poco.
Tenía que estar presente, porque así hicimos los millones de hijos que la isla trajo al mundo. Nos reunimos en la penumbra para darle el último adiós.
La vimos tambalear, apagarse y luego caer con las manos extendidas hacia el cielo. Ninguno de nosotros hizo nada, siquiera por sostenerla de un brazo para no dejarla caer reventada en el medio de la calle.
Creo que en el pensamiento de todos, estaba la esperanza de que alguno de los otros lo hiciera. Y entonces hicimos lo de siempre: nos cruzamos de brazos y esperamos a que muriera en la penumbra.
A media noche ya estaba muerta.
Murió mirándonos a los ojos.
Y todos sus hijos, quizás un poco avergonzados, bajamos al mismo tiempo la cabeza, evadimos su mirada suplicante y guardamos silencio. (Como hicimos siempre mientras la isla tenía aún un poco de vida)
Ya en la noche, en el mismo sitio donde murió la isla, había cierto olor a flores de mariposas (que ya no le servían para nada).